miércoles, 30 de diciembre de 2009

Socialismo

Hoy no es viernes, pero aún así les envío a la librería, pues la semana pasada no tuvimos viernes, ni lo volveremos a tener en ésta. Además, es posible que algunos de ustedes, con un par de días que tengan guardados por ahí, puedan alcanzar hasta el día 7 sin reincorporarse a sus obligaciones, lo que les permitirá hacer frente a un texto para el que les anuncié que se preparasen estas Navidades, pues requiere un rato un poco largo.

Se trata de Socialismo, de Mises, que constituye la segunda recomendación que hago de este autor. El libro es un clásico publicado por primera vez en 1922, que tiene un gran mérito: demostrar científicamente la imposibilidad del socialismo o, lo que es lo mismo, de cualquier construcción social al margen del mecanismo de mercado. Mises anticipó hace casi 90 años que el sistema socialista se colapsaría, como así ocurrió hace veinte años, ante la imposibilidad de solucionar los problemas de asignación de recursos, propios de cualquier economía, dada la ausencia de precios libres que permitan el cálculo económico y la contabilidad.

Ya sé que los amigos de la tercera vía entre la sociedad libre y el intervencionismo -que siempre acaba siendo intervencionismo por la misma razón que el producto de un número positivo por otro negativo siempre da uno negativo- nos dirán que, si algo ha demostrado esta crisis es el fracaso del mercado. Pues no, señores, lo que ha demostrado esta crisis es que los sectores que han fallado son, fundamentalmente, los intervenidos y regulados, como es la industria financiera, y los que menos problemas nos han dado son los sometidos a la competencia más feroz: la electrónica de consumo y la informática son buenos ejemplos. Además, los ejemplos escogidos son buenos porque el grado de satisfacción del público con los fabricantes citados no tiene nada ver con el que tenemos de los banqueros, que han operado como franquicias del sector financiero.

El verdadero problema de la crisis ha consistido en no permitir que el mercado desplegase -ya lo he dicho muchas otras veces- su disciplina implacable, empleando para ello la ayuda pública para ocultar los errores de los bancos centrales. Pero bueno, lean a Mises y lean la obra que de él recomiendo esta semana: Socialismo, y luego entenderán por qué los Reyes Magos funcionan tan bien después de dos mil años: dependen de la iniciativa privada. Por último, no les voy a decir, como mi admirado profesor Iranzo: “Feliz 2012”, porque, si se contagian del optimismo de Mises, ustedes podrán hacer mucho por ustedes mismos desde ahora. No esperen al Estado. Feliz 2010.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 29 de diciembre de 2009

Que lo paguen nuestros herederos

Ayer publicó el Ministerio de Economía los datos de la ejecución del presupuesto público. Ayer mismo todos los medios publicaban en internet, y hoy mismo en sus formas escritas, distintas notas basadas básicamente en el propio comunicado del Ministerio, por lo que no les voy a aburrir con las típicas disgresiones sobre caída de los ingresos y aumento de los gastos que explican que el déficit de caja se ha multiplicado por cinco en sólo un año. Les he dicho muchas veces que lo que no es concreto no es verdad, por lo que voy a intentar ser muy, muy concreto.

Todos ustedes entienden muy bien lo que afecta a su bolsillo. La deuda pública es una deuda que debemos todos los españoles, por lo que su incremento es un incremento de lo que cada uno de nosotros debe y que algún día deberemos de pagar. Así, el incremento de la deuda pública que supone el déficit se resume en algo tan sencillo como lo siguiente: cada español debe ahora 360.000 pesetas más de las que debía hace un año, o dicho de otro modo, cada familia, suponiendo cuatro miembros, debe casi millón y medio de pesetas más que hace un año. Nada más. Piénselo ahora un rato. Su familia debe un millón y medio de pesetas más que hace un año.

Hace un año, un español debía por su participación en la deuda pública, más de un millón doscientas mil pesetas lo que, unido al crecimiento del último año, indica que ahora debe más de un millón seiscientas mil, o podemos concluir que para una familia media de cuatro miembros, la deuda asciende a casi seis millones y medio de pesetas. Repito: una familia media española deberá aportar en los próximos años casi seis millones y medio de pesetas -más sus intereses- para hacer frente al endeudamiento de las Administraciones públicas.

Ya sé que los amantes de la frase que más famoso ha hecho a Keynes, a largo plazo todos muertos, me recordarán que las familias tenemos muchos años para pagar esos seis millones y medio de pesetas, y sus intereses, en los que el Estado se ha endeudado en nuestro nombre. También podemos dejarlos sin pagar nosotros a favor de nuestros herederos, pero entonces que no hablen del deber moral de dejar a las generaciones futuras un mundo mejor. Todos deberíamos recordar a Burke cuando afirmaba que, en la democracia, no sólo deben votar los vivos sino también los muertos y, lo que es más importante, los no nacidos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 28 de diciembre de 2009

El bombo catalán

Para los amigos de la intervención, el azar nunca ha sido justo; porque responde a esa imagen clásica de la Justicia en la que se la representa como una mujer con los ojos vendados cuando, según ellos, debería tener vendado sólo uno para poder evaluar con el otro lo que ellos entienden como méritos. Uno de los méritos que más suele gustar a los amigos del intervencionismo es el de la territorialidad, que unas veces es la excusa para la discriminación, que adjetivan de positiva, y otras veces para la igualdad más ramplona.

Ahora han sido los amigos de Esquerra Republicana de Cataluña los que han escogido el criterio de la territorialidad para exigir la igualdad de las distintas regiones de España en aras de la Justicia, entendida a su manera. En concreto, han presentado una iniciativa legislativa en las Cortes españolas y en el Parlamento catalán para que se asegure que Cataluña percibe un porcentaje del conjunto de los premios de la Lotería Nacional igual a su participación en el producto interior bruto español, con el fin de que no vuelva a pasar lo del pasado día 22, en el que la Comunidad de Madrid arrambló con el 40% del total de los premios, así como con diez de los catorce primeros, en el sorteo de Navidad.

Para ello, han propuesto la creación del denominado 'bombo catalán', que imaginamos que será cantado en dicho idioma, en todos los sorteos, ya sean por el método tradicional, que se utiliza en el sorteo de Navidad que ha generado la discordia, o el moderno que se utiliza en el resto de los sorteos. En el bombo catalán estarán sólo los números vendidos en Cataluña, de tal modo que se les asegure el porcentaje mínimo antes apuntado, pero junto a dicho bombo, los números también estarán en el bombo nacional, como modo de que si la suerte es más favorable que el criterio de equidistribución, a Cataluña le corresponde esta última proporción. El problema, de acuerdo con una interpelación de Coalición Canaria, se plantea respecto del tratamiento que deben recibir los números adquiridos por no residentes en Cataluña en el resto de España o el de los adquiridos en Cataluña por residentes en el resto de la Nación. Vamos, un lío.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Nos va a tocar la lotería, la de verdad

Pues si no les ha tocado la lotería, ya conocen el viejo refrán castellano: “No hay mejor lotería que el trabajo y la economía”. El refrán tiene más enjundia de lo que parece. Al fin y al cabo, sólo dice que únicamente podemos alcanzar grandes metas en nuestro consumo futuro sacrificando el consumo presente. Esto que es verdad en el nivel macroeconómico, o lo que es lo mismo, para el conjunto social, no tiene por qué cumplirse en el microeconómico, el individual. Así, si alguien necesita adquirir algo para lo que no tiene ahorrado, necesita que otro que sí lo tiene se lo preste. Y esta es la finalidad del sistema financiero, de los bancos y de las cajas. Hay individuos que necesitan hacer adquisiciones en el presente, por ejemplo un empresario, para las que no tienen el ahorro suficiente, que solicitan, bien directamente o bien a través de una entidad financiera, a aquéllos que los tienen.

Hasta aquí todo es correcto. Esto que les explico, para aquéllos que han estudiado economía, se resume en la vieja ecuación de que el ahorro debe ser igual a la inversión. Y así ha sido hasta que llegaron los keynesianos y pensaron que habían descubierto cómo solucionar esta restricción que nos impide comprar todo lo que queremos, y ahora. La solución consiste en que los bancos centrales fabriquen dinero que prestan a los bancos privados, que así no sólo disponen de los fondos que algunos ahorraron, sino de unos más amplios. Así las cosas, ya podemos consumir ahora lo que ni hemos ahorrado nosotros ni ha ahorrado nadie.

Esto ya tendría importancia por sí sólo porque el aumento de la cantidad de dinero provoca inflación, pero es que, además, provoca una desvalorización de los fondos efectivamente ahorrados por algunos, pues lo que es abundante pierde valor. Así se va desincentivando la virtud moral del ahorro, y las autoridades recurren cada vez más a la emisión de dinero. Este es el fondo de la crisis, pero no de la actual -que no es sino un episodio pasajero en una más amplia-, sino que lo es de la crisis más global que sufre Occidente. Pero bueno, olvide esto que no son sino reflexiones de un profesor de Economía, porque mañana por la noche a usted y a mi nos va a tocar la lotería, pero de verdad, cuando nazca el Hijo de Dios.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 22 de diciembre de 2009

El calentamiento global de estos días

Ayer a las cinco y media de la mañana, mientras esperaba el taxi que nunca pudo llevarme al aeropuerto de Barajas, me reconfortaba yo pensando que, al fin y al cabo, el calentamiento global del planeta está próximo y muy probablemente para marzo ya no acontezcan episodios meteorológicos tan desagradables. Es cierto que la pandilla de Copenague está estos días empeñada en evitar el calentamiento global, pero de verdad les digo que me parece que hay empeños más interesantes.

Pero vamos al tema. Ayer escuché muchas críticas a las autoridades pero por una vez, y sin que sirva de precedente, no me parecieron justas. Además, en muchos casos me parecieron incluso peligrosas para nuestra autoestima nacional. La crítica básica era que España no está preparada para una ola de frío como la de ayer, que nuestras autoridades demostraron falta de medios y de diligencia, y que esto no era de recibo en una potencia económica, sino más bien en un país tercermundista. Pues miren, no estoy de acuerdo, y se lo digo yo que fui uno de los grandes afectados ayer: no pude acudir a la firma de dos contratos, y a ver cómo recupero el importe de los billetes de avión.

Ayer, las pérdidas económicas fueron cuantiosas. No se podrían haber evitado todas aunque sí reducido, pero eso sí, incurriendo en una serie de inversiones y gastos que dudo mucho que hubieran compensado, porque no se nos olvide, sucesos como el de ayer ocurren en Madrid, por ejemplo, una o dos veces al año. No podemos exigir al Estado que, para dos días de nieve fuerte, mantenga una estructura ni incurra en unos gastos que superarían en mucho a las pérdidas que ayudarían a evitar. Algunas de las cuales, por cierto, estaban cubiertas por esa magnífica institución privada que es el contrato de seguro. Si no queremos que el Estado, no sólo nos deje helados a impuestos, sino que siga inmiscuyéndose en nuestras vidas, no debemos ni responsabilizarle de todo ni exigirle que nos lo solucione todo.

Algunos me dirán que en Alemania no pasa esto cuando nieva. Es posible, pero es que también es posible que el número de días de nieve justifique la inversión y el gasto que, por otro lado, podría ser siempre confiado a empresas privadas ligadas a las aseguradoras como modo de reducir sus pérdidas en estas ocasiones. Y mantengan la autoestima nacional alta: nosotros llevamos mal la nieve ¿pero han visto ustedes el lamentable espectáculo de los nórdicos en la playa? Pues eso.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La tierra es del viento

Con el tema de la vivienda estamos que no nos aclaramos en España porque, mientras unos aseguran que ya ha tocado suelo y que incluso los precios comienzan de nuevo a repuntar, otros hablan de que aún le queda un recorrido a la baja importante. El problema en España es fruto de la conjunción de tres políticas públicas equivocadas con las que un sector empresarial ha hecho lo que cabe esperar de los empresarios: aprovecharlas para hacer dinero, si bien ahora, por culpa de una de dichas políticas, lo están purgando pero bien, que diría el castizo.

La primera, una política de empleo que anima a trabajadores extranjeros a venir a España, cuando el paro estructural en nuestro país apenas nunca ha bajado del 10%. Trabajadores que necesitan, como es lógico, una vivienda, con lo que se creó la demanda creciente y sostenida durante un buen periodo de tiempo. La segunda, la política que permitió, y permite, a los ayuntamientos controlar la cantidad de un bien, el suelo, en un país europeo con escasa densidad demográfica como es España, política con la que se redujo la oferta en beneficio de dichos ayuntamientos. Finalmente, la tercera política pública equivocada, partió del Banco Central Europeo facilitando la liquidez que a algo había que dedicar y que se dedicó a casar la demanda con la oferta de vivienda a cualquier precio, creando un problema parecido al de los tulipanes en la Holanda del siglo XVI. Pero miren ustedes cómo ahora, el usufructuario de La Moncloa ha hallado la solución en una sola frase, que es todo un programa de acción política: “Tenemos que unir el mundo para salvar la Tierra, nuestra Tierra, donde viven pobres, demasiados pobres, y ricos, demasiado ricos, pero la tierra no pertenece a nadie salvo al viento”. Así que los ayuntamientos no podrán controlar la oferta de suelo, ni nosotros -como decía ayer una señora en la radio- que pagar el IBI, porque la tierra es del viento.

Pero fíjense en lo de que los pobres son muchos y los ricos sólo demasiado ricos. No es una broma, porque a los pobres cuando son muchos se los esteriliza como al ganado, en lugar de enseñarles las virtudes que nos separan a los hombres de los animales, y a los ricos, como la tierra es del viento, les negamos la propiedad privada. De esto al nacional socialismo no hay ni un paso. El usufructuario de La Moncloa, a parte de creer que los ricos son los otros, no es que no sepa de Economía, es que no sabe de Antropología, a pesar del optimismo del que tanto presume.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Burocracia

Ya es viernes, el día de acudir a la librería a por el texto que semanalmente les recomiendo. Esta semana vamos a citar a un autor al que alguno de ustedes, a la vista de las recomendaciones que vengo haciendo, seguro que echaban de menos: Ludwig Von Mises. Aunque Mises es conocido, sobre todo, por su demostración de la ineficiencia del socialismo y, por tanto, su imposibilidad práctica de alcanzar el bien.

En esta ocasión les recomiendo un texto más corto que los dedicados a dicha demostración. Ya llegarán las vacaciones para que les indique algo más largo y contundente, sólo apto para devoradores de libros que quieran ver cómo ya en los años 20 se anticipó por este economista el desastre en que terminaría la Unión Soviética.

El texto que les recomiendo esta semana es Burocracia, de apenas 170 páginas. Es el primer texto que escribió este profesor austriaco en inglés, en 1944, tras llegar a Estados Unidos huyendo de los nacis cuatro años antes. Desde 1945 y hasta su muerte en 1973, fue catedrático de la Universidad de Nueva York, por lo que no pudo ver cómo su discípulo Hayek –dos veces citado hasta la fecha en estas recomendaciones bibliográficas- alcanzaba el Nobel de Economía al año siguiente.

Burocracia no es una crítica a los métodos burocráticos propios de la administración civil o militar, como algunos podrían suponer. Mises conoció bien lo que era la burocracia, y la entendía a veces necesaria en estas actividades, dado que fue funcionario del Imperio Austrohúngaro y la república que lo siguió, así como oficial del primero durante la primera guerra mundial.

Burocracia es una crítica a la extensión de los métodos burocráticos a la esfera privada y a la sociedad en general, que están reduciendo la libertad individual y aumentando la estatalización de la vida privada. Especialmente interesante es el capítulo quinto sobre la gestión burocrática de la empresa privada, y el epígrafe dedicado a la interferencia pública en la elección del personal, que tanto daño social -además de empresarial- hace, aunque se disfrace de discriminación positiva. Recuerde, por tanto: Burocracia, de Ludwig Von Mises.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Las cuatro respuestas (preocupantes) de Bernanke

Si tienen tiempo, busquen en la página web de la Reserva Federal las declaraciones de Bernanke, presidente de dicho organismo, en el Club Económico de Washington. Se agradecen por lo concisas y claras, aunque no dejan de preocupar por su contenido. El sr. Bernanke intenta responder a lo que llama las cuatro preguntas frecuentes sobre la economía y la Reserva Federal.

En la primera, ¿a dónde vamos? -en economía, se supone-, el presidente nos indica que, al menos en EE.UU., las cosas han mejorado desde este verano, pero poco más. En la segunda, sobre ¿qué hace la Reserva Federal para mantener el sistema financiero y la economía en general?, nos indica que los 270 miembros de la compleja estructura de directorios de la Reserva asegura que no está sesgada por la visión de Washington o de Wall Street, sino que otro tipo de personas como agricultores o académicos, por ejemplo, también influyen. La verdad es que esta respuesta a la pregunta que hacía es casi delincuente, y si no, recuerden el adagio latino “Excusatio non petita, acusatio manifesta”. La tercera pregunta acerca de si todas estas actuaciones no nos llevarán a la inflación, realmente no se contesta, porque el sr. Bernanjke no sabe salir del hecho que él mismo constata: el crédito de la institución que dirige se ha multiplicado por 2,5 desde el comienzo de la crisis.

Pero lo más interesante es su respuesta a la pregunta de cómo evitar crisis como la presente en el futuro, porque, al margen de los tópicos comunes sobre la necesidad de mejorar los instrumentos de medida y controlar los riesgos de las entidades en el futuro, dice algo que venimos afirmando desde el comienzo de la crisis: que debemos abandonar la filosofía del demasiado grande para caer, que nos tiene prisioneros de las grandes instituciones. Que para ello los accionistas y los acreedores de las grandes instituciones deben soportar las pérdidas de los mismos, y que no debe haber costes para el contribuyente, de tal modo que los pequeños no compitan, por este motivo, en desigualdad con los grandes y se restaure lo que denomina la disciplina del mercado, que no es otra cosa, aunque no lo cite, que la posibilidad de quiebra que tanto buen juicio pone en cualquier banquero o empresario, y que es lo que le falta a los políticos porque nunca quiebran.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El problema de las cajas de ahorros

Pues ya la hemos liado: cinco cajas de ahorros, sin contar con la intervenida, han publicado pérdidas. De momento todas pierden porque las pérdidas por morosidad son abultadas, pero ninguna porque sus gastos corrientes superen a sus ingresos corrientes. Sin embargo, ya hay alguna en la que este margen es muy estrecho y que, de seguir así, no necesitará siquiera que los clientes no paguen para comenzar a tener problemas. El año que viene será peor aún y es posible que después de que ya hay seis cajas en pérdidas, no haya que esperar tanto, y en los resultados de fin de este mismo ejercicio algunas publiquen números rojos.

¿Es esto una prueba de que las cajas de ahorros deben desaparecer como algunos defensores de la libertad de mercado defienden? En mi opinión, no. La banca puede llevarse a cabo por instituciones con forma de sociedad anónima -los bancos-, con forma de cooperativa -las cajas rurales-, o con forma de fundación -las cajas de ahorros-, sin que haya motivos para que después de más de trescientos años de historia de las mismas en España, tengamos que censurar la existencia de esta última forma. Las cajas de ahorros tienen una forma diferencial respecto de las otras dos: no hay propietarios, lo que puede favorecer determinados comportamientos perniciosos para la supervivencia de las mismas y para sus depositantes. Sin embargo, su historia demuestra que pueden sobreponerse a los mismos.

El gran problema de las cajas de ahorros ha sido la interferencia política, la entrega al poder político de la gestión de las mismas, porque las cajas de ahorros, no lo olvidemos, no son públicas como no lo son las fundaciones. Hemos hablado mucho de las ayudas a la banca, pero en España, salvo los adelantos de liquidez que hizo el Estado a través del Fondo de Adquisición de Activos Financieros, las ayudas, a través de lo que se ha dado en llamar el FROB, sólo han ido a una caja de ahorros, y las que se están debatiendo son sólo para cajas de ahorros, porque lo políticos necesitan ocultar sus vergüenzas como gestores mientras se quejan del mercado y de la codicia de los banqueros. Aquí, la quiebra de alguna caja tampoco habría venido mal para que entendieran (los políticos) lo que es la disciplina del mercado cuando pasearan por las calles de sus ciudades, en lugar de intentar convencernos de que las ayudas se han aprobado para corregir los errores del mercado que tenían nombres y apellidos: los suyos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 15 de diciembre de 2009

Que no, que esto no se arregla con dinero

Lo peor de las medidas económicas de nuestro Gobierno es que no son muy diferentes de las que está tomando el resto de Occidente, lo que hace pensar a los ciudadanos que no caben otras, aunque no se confíe en las mismas. Al final, esto creará una sensación de desánimo generalizado, cuando lo que se pretende, por parte de los políticos, es sólo inyectar entusiasmos que cada vez duran menos y necesitan más dinero. Ayer, Nicolás Sarkozy, presidente de la república francesa, anunció un paquete de medidas para la modernización nacional y la salida de la crisis, para el que emitirá 35.000 millones de euros de deuda pública francesa. Deuda que, para su colocación en los mercados, competirá con la que está emitiendo España, lo que, tras la amenaza de rebaja de la calificación crediticia por parte de Standard & Poors a la española, hará cada vez más difícil su venta.

Sarkozy incluye entre sus medidas el fomento de la formación y la educación superior, el apoyo al desarrollo sostenible y las PYMES, la financiación de los gastos de I+D, y el desarrollo de la economía digital y las nuevas tecnologías. Así dicho, cualquiera le critica que pida prestados 35.000 millones de euros que deberán pagar en los próximos años para gastar en cosas que no han decidido los franceses.

Japón se queda menos corto aún, y lanza su cuarto plan de choque contra la crisis (en la que lleva instalado veinte años) para gastar en cosas parecidas pero, como diría un castizo, más a lo bestia: 190.000 millones de euros. Todo esto sólo demuestra una cosa: los líderes de los países desarrollados están totalmente carentes de ideas e instalados en la irresponsabilidad, y creen que todo el problema económico se arregla con dinero, y no es así. No hay dinero suficiente para cubrir el derroche de un manirroto; sólo la austeridad y el trabajo le sacarán de su situación, pero a ver quién se lo dice. Ellos no van a ser los que le digan al pueblo eso, porque han asumido que su papel es prometerle la felicidad de la abundancia aquí en la Tierra. Los del pueblo nos hemos vuelto, también, irresponsables, y creemos que es la obligación de los que nos gobiernan solucionarnos los problemas, lo que nos llevará, sin duda alguna, a la esclavitud.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La empanada mental de sindicatos (y demás)

En Madrid ha aparecido una pujante industria de la manifestación, que los fines de semana de todo el año desarrolla una frenética actividad de consumo en bares y restaurantes, venta de bocadillos, refrescos y cucuruchos de patatas fritas, venta de banderas de todo tipo, pegatinas y pines, y otra industria auxiliar conexa, en un área que va desde Atocha en el Sur, a la Plaza de Colón en el Norte, y desde la Plaza de Oriente, en el Oeste -como corresponde-, a la Puerta de Alcalá en el Este.

Esta área, de interés económico sin duda y que merece la declaración gubernamental de zona especialmente protegida para el desahogo ciudadano, sufrió una fuerte conmoción el pasado sábado ante la presencia de menos de 35.000 liberados sindicales que han sumido a la industria de la manifestación en una crisis importante, dado que contaba con una asistencia multitudinaria el sábado para cerrar bien el año. Por lo demás, fueron interesantes las declaraciones de Cayo Lara, coordinador de Izquierda Unida, que habló de cinco millones de parados (cifra que no coincide con las oficiales y que, si es verdad, requeriría que hubiese exigido alguna explicación al Gobierno) y que afirmó, además, que al usufructuario de la Moncloa le falta valor para enfrentarse con los grandes poderes económicos o la banca (pero no dijo nada de las ayudas que el Estado ha aprobado para una parte de este sector, en detrimento de la parte del sector que está sano, y del resto de contribuyentes).

Eso sí, aprovechó para atacar a los empresarios y unirse a las declaraciones de Méndez, que presumió de su legitimidad democrática frente a la de los empresarios que, según él, no los elige nadie, lo que demuestra la empanada mental de estos señores. A los empresarios los eligen todos los días los consumidores a los que están obligados a servir. No tenemos muy claro a quiénes sirven ustedes a parte de a sí mismos. Recuerden que la legitimidad democrática no es suficiente: Adolf Hitler tenía más legitimidad democrática que Oskar Schindler. Con sindicatos como éstos Argentina lleva 70 años de crisis.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Política, de Aristóteles

Ya ven que ha llegado el viernes de nuevo, pero esta vez es posible que no les mande a la librería porque, posiblemente, muchos de ustedes tengan este libro en su biblioteca personal. Al fin y al cabo, es posible que lo hayan leído en algunos de los estudios que han cursado, lo que incluye el bachillerato. Tampoco les voy a indicar que lo lean entero, sólo el libro primero, apenas veinticinco páginas de la edición de bolsillo que manejo e, incluso, para los más ocupados, sólo desde el capítulo VIII al XI, con lo que su tarea queda reducida a apenas diez páginas.

Y ¿por qué tan poca lectura? Pues porque el tiempo de Adviento y la preparación a la Navidad lo merece, y porque seguro que ustedes, como yo, tienen infinidad de cenas y comidas que atender antes de la Nochebuena. El libro, ya desvelo el misterio, es la Política, de Aristóteles. Es interesante, de modo especial, el capítulo IX, donde el maestro de Alejandro Magno afirma que no “es la función general de la economía la de aumentar la riqueza hasta el infinito”, como parecen creer algunos. Y es que, realmente, de lo que trata la economía es de la ordenación de nuestras necesidades de todo tipo para satisfacer con medios escasos las más posibles, comenzando por las más perentorias. Es decir, y como afirma el filósofo, todas las artes y técnicas están limitadas en su finalidad, incluida la economía, pero no así la búsqueda de la riqueza por sí misma, que clasifica dentro de lo que llama la crematística.

Aristóteles nos explica por qué el hombre busca las riquezas sin límites en una sencilla frase: “La causa de esta disposición es la preocupación por vivir, pero no por vivir bien. Así, al ser aquel deseo sin límites, desean también unos medios sin límites”. Ya conocen, pues, el origen de la codicia que nos aflige: la desesperanza ante la muerte.

De la banca no habla bien el estagirita porque el negocio del tipo de interés le parece el más antinatural de todos. No comparto su juicio, porque no comprende que el tipo de interés, como afirma el economista austriaco Mises, no es una categoría económica, sino psicológica; sin embargo, en lo que sí creo que estaríamos de acuerdo es en lo antinatural del dinero sin base metálica que utilizamos hoy día, y que es el origen de la crisis que padecemos. Recuerde, por tanto, la recomendación de esta semana: Política, de Aristóteles, libro primero, especialmente capítulos VIII al XI. Siempre hay que volver a los clásicos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Lo discutible de las ayudas

Pues el presidente Obama nos anuncia un plan estímulo contra el desempleo con los 135.000 millones de dólares que no se han consumido en las ayudas a la banca. Ya ven que con lo que no le ha hecho falta para ayudar a su sector financiero, el gobierno de los Estados Unidos pretende ahora solucionar el problema del desempleo que le ha subido hasta el 10%. Una cifra que en España es un lujo pero en Estado Unidos, una catástrofe. Podríamos hacer demagogia de la que gusta a la ecopogresía: para los parados las migajas de la banca, pero no, porque, tal vez, puestos a ayudar, ése era el orden que había que seguir aunque parezca duro.

Continuamos. En España también hemos aprobado importantísimas ayudas para la banca, especialmente para las cajas de ahorros, algunas de las cuales no se están ni utilizando, porque los políticos locales prefieren una caja muerta bajo su control que viva bajo el control de otro. Pero eso no es lo que me interesa ahora. En España, han desaparecido el 10% de las empresas en los dos últimos años mientras el Gobierno, como el norteamericano, ayudaba a la banca. Podríamos volver a hacer demagogia sobre el absurdo aparente que supone ser el abanderado de los humildes que ayuda a los ricos, pero no, porque en Economía sabemos que las cosas no son así de sencillas.

Así de sencillas, y de burdas, suelen creer que son los sindicatos. Lo que es discutible en sí mismo es la ayuda, no el orden en que se aplica: primero a los bancos y luego a los parados. Los gobiernos no han dejado caer a los bancos pero sí a otro tipo de empresas, y ahora quieren acudir en rescate de los desempleados que la caída de las empresas no financieras ha producido. Sin embargo, sí vamos a criticar esta discriminación entre sectores y tamaños de empresas que han supuesto las ayudas públicas que, además, generan perturbaciones económicas basadas en el favoritismo o, dicho de otro modo, en la capacidad de interlocución de un agente económico. Así, el que puede hablar con el Gobierno puede hacerle ver su problema, y el que no, no. Algo parecido a lo que ha pasado en España recientemente con los agricultores y los creadores musicales.

Cualquier ayuda pública es, pues, una injusticia, y convierte a nuestro sistema político en un artificio por el que unos pretenden que sus errores o su infortunio lo paguen los otros. Para algunos de estos casos el mercado ya ha inventado un modo que no genera injusticia, porque no está basado en la violencia institucional: el contrato de seguro. El Gobierno no puede asegurarnos todo, gracias a Dios, y cuando lo pretende no causa más que injusticias.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La segunda oportunidad ya ha pasado

Ha hablado el sr. Trichet, presidente del Banco Central Europeo, para alabar el papel de los banqueros centrales y los gobiernos europeos, asegurando que han evitado una gran depresión gracias a la agilidad y arrojo de dichas autoridades. Lo que no ha añadido, y esto lo digo yo, es que fueron los banqueros centrales los que previamente nos pusieron, como solemos decir en castellano, a los pies de los caballos.

El sr. Trichet advierte a los bancos de que no habrá una segunda oportunidad porque los ciudadanos no comprenderían una nueva ayuda pública para sanear su situación económica. Y en esto estoy de acuerdo con el sr. Trichet, pero no porque no crea que las autoridades van a dejar de ayudar a los bancos en dificultades, especialmente cuanto más grande sean, sino porque la segunda oportunidad ya ha sido, y la tercera, y la cuarta… la próxima vez que les ayuden no podrá ser la segunda, por tanto. Lo que ha caracterizado a la última oportunidad en forma de ayuda que se le ha dado a los banqueros es que es la más grande de las que ha habido hasta la fecha, pero les aseguro que no será mayor que las que le sigan.

Los bancos centrales deciden en cada momento, y me da lo mismo que los argumentos sean técnicos o políticos, la base monetaria, el dinero en circulación que hay en una economía. Los bancos privados no son más que correas de transmisión o, si lo prefieren, franquicias del producto que fabrica el banco central correspondiente. Con independencia de comportamientos inmorales -que a veces los hay entre los banqueros y que se solucionan normalmente con el Código Penal-, el banquero privado intenta vender todo el producto que le suministra el banquero central. Si le suministra mucho, vende mucho. Ahora, si de repente el banquero central le pide que devuelva lo que le prestó porque no le gusta cómo se están poniendo las cosas, el banquero privado no puede exigir a sus prestatarios que le devuelvan lo que le deben. Lo demás, ya lo saben.

Por tanto, le guste o no al sr. Trichet, mientras los banqueros centrales sigan decidiendo la base monetaria de la economía, va a ser difícil que se sustraigan a su responsabilidad de ayudar a los bancos privados, salvo que den un paso más y los nacionalicen. Todo lo demás es una falta de honestidad intelectual tan propia de nuestro tiempo, porque todo esto, les aseguro, también lo sabe el sr. Trichet.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Sobre símbolos religiosos y otros que no lo son

Pues yo también les voy a hablar de lo del Crucifijo y las escuelas. Unos dirán que qué hago hablando de religión en un blog económico, y otros que esto no es más que otra tontería del Gobierno para distraer nuestra atención. A los primeros les recordaré que la Economía trata de realidades espirituales: la acción del hombre que se proyecta al futuro para cubrir sus necesidades de todo tipo; lo que trata de realidades materiales es la ingeniería. A los segundos, que esto, al margen del problema religioso, es un ataque más a la propiedad privada. Dicho esto, vamos al tajo.

El diputado señor Tardá ha vuelto a mostrar una de las confusiones típicas de los políticos actuales que, al no distinguir lo público de lo privado, terminan por violentar los derechos de propiedad. Así, este diputado ha asegurado que es su objetivo la retirada del crucifijo de los colegios privados que reciben ayuda pública -lo que llamamos los concertados-, y dicho así hasta parece razonable si no fuera porque el dinero con el que apoya a esos colegios, previamente se lo ha quitado a los padres el Estado, con la excusa de que así asegura la educación de los muchachos y el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos. Libertad que luego violenta, prohibiendo el crucifijo en un colegio de educación católica elegido por los padres.

Como ven, un absurdo de los muchos a los que nos lleva el intervencionismo público. Hay que acabar con esta idea de que el Estado puede exigir, a todos aquellos a los que paga, una pretendida neutralidad ideológica, y hay que acabar porque esto se genera primero con una ineficiencia económica, que tiene su origen en que el Estado cobra impuestos para dar los servicios que el ciudadano se pagaría si le dejaran suficiente dinero, y porque, segundo, con esta ineficiencia se va reduciendo, además, la iniciativa privada y la libertad de los individuos.

En cualquier caso, le voy a dar otra idea al Sr. Tardá porque a mí no me molestan los crucifijos, sino los escudos del Real Madrid en vehículos que la gente se compra con las ayudas del Plan E. Ahí tiene usted que incidir, Sr. Tardá: fuera escudos del Real Madrid de automóviles que financiamos entre todos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Estudios de Economía política

Llegó el viernes y algunos de ustedes incluso disfrutarán de un largo puente. ¡Enhorabuena! Pero antes de nada, esta misma tarde, o mañana por la mañana a más tardar, acérquense a la librería y adquieran el libro que les voy a recomendar: Estudios de Economía política, del profesor Huerta de Soto. El profesor Huerta de Soto es, sin duda alguna, el economista de habla española que más ha contribuido al conocimiento, desarrollo y divulgación de la teoría económica de la Escuela Austriaca, algunos de cuyos autores han sido recomendados por sus obras en este blog de los viernes que dedicamos a la buena doctrina económica. O mejor dicho, porque ya les he explicado que la Economía es ciencia y, por tanto, se basa en la verdad a la Economía, y no a otras cosas carentes de rigor científico.

El profesor Huerta no sólo es un gran estudioso con importantes aportaciones al estudio de los fenómenos monetarios (en una de sus obras, por ejemplo, anticipa perfectamente la crisis que nos aflige) o aportaciones que demuestran la imposibilidad del bienestar económico en las economías planificadas (como ya demostró la Historia, pero seguimos empeñados en experimentar), sino que es, probablemente, el más ameno, divertido y, sobre todo, apasionado conferenciante o exponedor público de economía política que puedan encontrar. Después de escucharle la primera vez, uno decide estudiar Economía aunque su interés fundamental en la vida estuviera totalmente alejado de la ciencia. La segunda vez que uno le escucha, decide doctorarse. Si no me creen, aprovechen una de sus clases en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, pero luego no me reclamen por su nueva adicción.

El libro que les recomiendo es sencillo y agradable de leer porque se trata de un conjunto de artículos largos sobre diversos temas muy interesantes en Economía. Como los artículos no se puede afirmar que constituyan una unidad sistemática, pueden leerse independientemente. Probablemente, los capítulos 7 al 10 les resulten muy atractivos, porque en ellos les parecerá que el profesor Huerta está retransmitiendo nuestros problemas económicos actuales. Así, que recuerden: Estudios de Economía política, de Jesús Huerta de Soto. Disfrutarán casi tanto como escuchando al autor.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El verdadero problema: la banca central

Ayer Don José Ramón Inguanzo, el ilustre director del programa Primera Hora, de Gestiona Radio, lo pasó mal. En la tertulia de las 7.30 de la mañana quería que los asistentes habláramos de tres o cuatro temas distintos y, al final, sólo se habló de uno: el incremento de las competencias de la intervención pública en el sistema bancario, y porque nos echó, casi con violencia, a todos del estudio, que si no, allí seguimos.

Ayer también, el individuo que usufructúa el Palacio de La Moncloa nos estuvo contando las bondades de la Ley de Economía Sostenible entre las que incluyó el refuerzo de las competencias del Banco de España y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para evitar otra crisis como la que hemos sufrido. Y eso, mal que le pese al usufructuario, no se conseguirá incrementando las competencias de los supervisores. Ni reduciéndolas tampoco. El problema de la crisis no está en un fallo de la supervisión, ni tan siquiera en la escasez de medios de la misma, como suelen afirmar los intervencionistas para los que el sector público no falla sino que siempre tiene escasez de medios.

El problema de la crisis lo crea el sistema de banca central con el que nos hemos dotado, que es un fallo público en sí mismo y que cuando las cosas llegan muy lejos requiere que los supervisores se relajen un poquito, o que se varíen las normas contables como ha sucedido recientemente, para taparle las vergüenzas de sus equivocaciones al banco central correspondiente, ya sea el Central Europeo o la Reserva Federal. Cuando eso no basta, vienen las ayudas que no sólo cubren los errores públicos sino también los privados, aquellos que son sólo imputables al banquero.

Robert Aumann, premio nobel de Economía en 2005 por sus aportaciones a lo que los economistas llamamos la Teoría de Juegos, ha declarado recientemente: "Los planes de rescate crean incentivos erróneos que conducen a crisis futuras". Eso es todo. dejemos de cobrar impuestos a los pobres para cubrir las equivocaciones de los políticos y de los banqueros que se han equivocado. Permítannos distinguir entre políticos y banqueros buenos, y los que no lo son tanto. Lo contrario es un incentivo al comportamiento moral desviado.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La conjura de los necios

Pues el artículo de hoy me lo ha escrito el profesor Sala i Martín, que ayer era entrevistado en el diario Expansión y una vez más no me defraudó. No me defraudó porque volvió a vestir tan mal como siempre: americana de un indescriptible verde manzana, camisa y pantalones negros y corbata negra con un estampado de los siete enanitos de Blancanieves a todo color. Pero no me defraudó por sus declaraciones. Léanselas si pueden conseguir el periódico todavía hoy, y luego me dicen si yo soy cañero, como afirman algunos. Creo que al lado del profesor Sala, asemejamos yo a una novicia y él a Rambo.

Afirma el profesor cosas como que los problemas de España “no se solucionan vendiendo más pisos, dando cheques para comprar coches o haciendo calles”. Porque, como añade, el problema de España no es de demanda sino de productividad, y la productividad no se consigue aumentando el gasto en I+D y “el mundo no va así. Esto sólo funciona en la cabeza de un ministro que quiere vendernos la moto”.

Critica fuertemente la educación y la universidad española (recordemos que este hincha del Barça es catedrático en la Universidad de Columbia, en Nueva York) en donde aboga por introducir la competencia en lugar del sistema viciado de acceso a las plazas que hemos creado. Nos avisa que estos cambios se notarán a largo plazo y encontrarán la fuerte oposición de ciertos lobbies, pero nos apercibe de que llevamos dos años de crisis y no hemos hecho nada. Critica el profesor Sala la imagen del empresario en España: “Aquí, la gente piensa que el empresario está libre porque todavía no lo han enganchado, y que seguro que ha hecho negocios fraudulentos por los que tendría que estar en la cárcel”. Por último, critica a Europa que no permite la competencia legal entre países sino que uniformiza la legislación de acuerdo con las felices ideas de los burócratas, unos tipos, y esto lo digo yo, que no es que no entiendan el mercado, es que lo odian.

En cualquier caso, busquen el diario Expansión de ayer y lean la entrevista en la página 34, no la 32 como erróneamente dice la portada. Pasarán un buen rato y entenderán por qué los ayudantes de la Universidad de León llegan a presidentes del Gobierno, y un tipo como Sala a catedrático en Columbia.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 1 de diciembre de 2009

Anteproyecto insostenible

Pues el Gobierno cumplió el viernes con su amenaza, y nos atizó a todos los españoles con un anteproyecto de Ley de Economía Sostenible, y ya tienen ustedes a sesudos analistas y profesores de Economía entretenidos en explicarnos el contenido del mismo. Toda una pérdida de tiempo cuando la mayoría concluyen que es un cascarón vacío. Sostenible no quiere decir nada. Es, simplemente, el adjetivo que está sustituyendo a 'progresista', adjetivo este último que gozó de gran prestigio, pero que de tanto utilizarlo para ocultar la ignorancia y la incompetencia, ya es difícil esgrimirlo sin provocar carcajadas.

Sostenible puede ser cualquier cosa y su contraria si al Gobierno le pete. En cualquier caso, sí hay que decir algo del adjetivo sostenible: es una excusa para intervenir en decisiones que deben ser de los particulares. Así, el anteproyecto regula cosas variopintas como la temperatura en los locales privados de acceso público y no, como se dice, en los locales públicos, porque el Gobierno no debe olvidar que un bar, por ejemplo, es privado aunque el dueño nos deje entrar.

La norma está dividida en tres partes: mejora del entorno económico, competitividad y sostenibilidad medioambiental, sin ninguna estructura lógica ni entre las partes ni en cada parte. Realmente, recuerda a aquellas leyes de acompañamiento de presupuestos que lo mismo te modificaban el Código de Comercio que el etiquetado comercial de los supermercados referente al tamaño de los huevos de gallina. Algunos de sus aspectos serán agua mojada como, por ejemplo, la reducción de la morosidad de las administraciones públicas locales, porque si los acreedores no pueden embargar a los Ayuntamientos no les sirve de nada que la Ley les reconozca que tienen el derecho a cobrar en un plazo determinado. Otros no sé si causan risa o preocupación, como la obligación de coordinación que se establece para los organismos supervisores entre ellos (¿qué pasa, que no lo hacían, o al menos no lo hacían suficientemente?) y con la Comisión Nacional de la Competencia, ese órgano que existe con una u otra denominación parecida en todos los países de nuestro entorno, y cuya finalidad es acabar con la libertad de mercado bajo la excusa de promover la competencia, un conjunto de individuos que ni la comprenden ni les gusta. La verdad es que el anteproyecto es insostenible.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Lo saludable de las quiebras

Ya tenía yo ganas de escuchar algo así, porque hasta la fecha parecía que sólo un grupo de frikieconomistas (algunos con todos los títulos habidos y por haber) y yo manteníamos lo que ha dicho Miguel Martín, presidente de la Asociación Española de Banca y, lo que es más importante para esto, antiguo subgobernador y director general de supervisión del Banco de España.

¿Y qué es lo que ha dicho Don Miguel? Pues algo muy razonable: que eso de que los grandes bancos no pueden caer es un gran camelo. Lo importante, como ha afirmado en unas jornadas acerca de la regulación de los mercados y la ordenación bancaria, organizadas por la Abogacía General del Estado, es intentar que los riesgos de contagio y los costes sean los menores para el resto del sector. En este sentido, apuntó a lo ilógico que resulta que las entidades que figuran en los primeros puestos del ranking mundial de solvencia sean aquellas que han gozado de la ayuda pública porque estaban en situación delicada, frente a otras como las principales entidades españolas que, como no han estado en peligro, no han gozado de tales ayudas. Y esto, Don Miguel, es extensible a todos los sectores de la economía.

Una compañía necesita tan sólo tener acceso a las autoridades -lo que suele ocurrir cuando es suficientemente grande o está suficientemente bien conectada con la clase política como para ser recibida por un ministro- para que sus problemas comiencen a ser nuestros problemas. De este modo, los estados modernos, con la excusa de solucionar lo que denominan como un fallo de mercado, han creado una clase empresarial que opera al margen del mercado porque nunca pueden recibir la máxima sanción de éste: la quiebra. Sanción que, por otro lado, es muy saludable para asegurar el crecimiento económico general y procurar el bien común que nunca es el bien de unos pocos. La quiebra no es un fallo de mercado, es un mecanismo más del mercado. Cuando se evita por la intervención pública, lo que falla es el Estado que se ha vuelto a meter donde no le importa.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La fatal arrogancia

Pues como es viernes de nuevo ya saben lo que toca: ir a la librería y adquirir un libro. Esta serie de reseñas comenzaron, como recordarán, con Camino de servidumbre, de Federico Hayek, y hoy continúa con el mismo autor y un libro escrito mucho después del anterior pero que puede considerarse la culminación de aquel: La fatal arrogancia. Este texto está escrito por un Hayek ya maduro -fue su último libro- y fue publicado en 1988, cuando el autor tenía 89 años. Le llevó diez años realizarlo, pero no piensen por ello que es un texto largo porque no sólo la claridad es la cortesía del filósofo, sino también la brevedad.

La fatal arrogancia está escrito 44 años después de Camino de servidumbre, y 14 después de recibir el premio Nobel de Economía, muestra y demuestra que la visión política tendente a diseñar y organizar la sociedad mediante medidas coactivas para alcanzar los fines, supuestamente beneficiosos, que las autoridades creen que necesitamos, es un error científico que nos lleva a la descivilización, es decir, al final de la civilización. Es por ello que el subtítulo del libro es Los errores del socialismo. Para Hayek, la civilización nace con la propiedad privada y se desarrolla con el orden espontáneo que caracteriza a la sociedad libre, en la que los individuos intentan alcanzar sus fines interactuando con los demás. Los socialistas, o constructivistas como prefiere llamarlos muchas veces el autor, creen conocer lo que es mejor para el conjunto e intentan imponerlo a los individuos que lo conforman, por ello, la fatal arrogancia.

Todo el libro es muy interesante, pero de manera especial el capítulo último -apenas diez páginas-, en las que Hayek, agnóstico declarado, explica que sólo las religiones que defienden la familia y la propiedad han sobrevivido (por lo que el autor auguraba la pronta caída del comunismo como religión un año antes de la del Muro de Berlín) y que el valor de la moral asociada a dicha defensa y su personificación antropomórfica en Dios, son la causa de la sobrevivencia de la sociedad libre, por lo que anima a los creyentes a continuar en la búsqueda de la verdad, porque de ello puede depender la supervivencia de nuestra civilización. Personalmente creo que esa perseverancia es la oración. Recuerden el libro: La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, de Federico Hayek.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Economía sostenible e inflación

Uno de los problemas más graves de nuestra política económica es que los gobiernos intentan alcanzar objetivos incompatibles. Algunos de estos objetivos son incluso mandatos constitucionales, como son la planificación gubernamental de la economía y el impulso de la iniciativa privada y la libertad de mercado. Incompatibles porque la economía planificada termina por reducir el espacio para la libertad económica hasta la nada. Pero otro día hablaremos de eso. Hoy quiero hablarles de economía sostenible e inflación.

Nuestras autoridades monetarias confunden en ocasiones la inflación, que no es sino una subida general de precios como consecuencia de un aumento del dinero en circulación, con la variación relativa de los precios, y ello por culpa de los índices con los que trabajan. Así, cuando el petróleo sube, los índices suben y deciden que hay que hacerlos bajar, por lo que reducen ese dinero que previamente emitieron. Esto es un absurdo. La subida del petróleo, más que el resto de los precios, es una importante información al mercado que anima a dejar de consumir petróleo e incentiva la investigación. En concreto, anima a conseguir máquinas más eficientes o que usen otro tipo de combustibles. Esto es ecología o sostenibilidad de la buena.

Ahora bien, si lo que hacemos es bajar el precio del petróleo, junto con el resto de los precios de la economía mediante la reducción del efectivo circulante, sólo hay un modo de que el sector privado emprenda la actividad investigadora: subvencionándola. Si todo acabara aquí, no sería lo peor. Lo peor es que los resultados alcanzados con la investigación subvencionada no se pondrían en funcionamiento porque el petróleo está barato. Como ven, un absurdo. ¿Quieren sostenibilidad?, ¿quieren ecología?, pues dejen de intervenir en las variaciones relativas de los precios y verán cómo la iniciativa privada les soluciona muchos problemas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El dinero como solución

Lo peor de la Ley de Economía sostenible no es su absoluta vacuidad, sino que el Gobierno dice que necesita diez años para llevarla a cabo. Imagínense diez años con un Gobierno presidido por un individuo que creía que en dos tardes se podía aprender Economía y que luego despidió a su maestro tras acabar la primera. Pero vamos al tajo.

El individuo que nos preside, dejando al margen la vacuidad a la que nos tiene acostumbrados y de la que ha hecho gala en la defensa de la nueva ley, da como mejor argumento de la bondad de la misma que en 2010 se realizará un desembolso de 20.000 millones de euros en investigación, desarrollo e innovación. Ese importe, unido a otros 5.000 millones para la sostenibilidad local y el empleo, elevan la inversión pública a una cifra sin precedentes. Y eso es todo lo que nos puede decir. Esta forma de razonar es muy típica de la ecoprogresía que nos aflige: los problemas económicos se arreglan con dinero, mucho dinero. La solución de los problemas del mundo es el dinero. Un absurdo a todas luces porque de lo que trata la economía no es de que podamos adquirir todo lo que nos plazca, lo que a todas luces es imposible, sino de cómo ordenar nuestras necesidades para satisfacer, con unos recursos limitados, las más posibles, comenzando por las que consideramos más perentorias.

Que el Gobierno se gaste 25.000 millones de euros, incluso en actividades que gozan de la simpatía de todos, no asegura nada si el dinero se gasta mal. Por otro lado: ¿por qué en lugar de cobrarnos impuestos ahora y de cargar a nuestros hijos con deuda, no nos deja los 25.000 millones en nuestros bolsillos para que decidamos con nuestros recursos qué necesidades queremos satisfacer? El gasto y el ahorro privado que ello generaría no tiraría de la demanda menos que el público, nos satisfaría más porque nos lo gastaríamos en lo que queremos, nos haría responsables de nuestras decisiones y, por último, reduciría las posibilidades de corrupción que siempre existen cuando las autoridades orientan a qué fines van a dedicar nuestros impuestos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cambiar la Constitución

Nos suele gustar mucho hablar en España de la necesidad de reformas estructurales cuando mantenemos un debate sobre nuestra situación económica. Es realmente un modo de no hablar de nada, porque lo primero en lo que se pierde el tiempo es en definir qué aspectos de la economía necesitan una reforma estructural. La reforma estructural de la economía española es la Constitución que, en los artículos 128 al 136, intenta conciliar objetivos y medios incompatibles como son, por ejemplo, la planificación de la economía por parte del Estado con la libertad de iniciativa privada.

La planificación de la economía es un error científico, como han demostrado desde hace al menos más de setenta años insignes profesores de economía como Mises, Hayek o Ropke, a los que la historia dio la razón el día que cayó el Muro de Berlín y se vio el éxito económico que supuso dicha planificación, pero es que, además, siempre acaba expulsando a la iniciativa privada que termina por desaparecer. Pero no tenemos que irnos a ejemplos de tanto calado para entender que las actuaciones públicas en materia de economía están llenas de inconsistencias que las hacen, no voy a decir inútiles, sino perniciosas. Por ejemplo: ¿qué sentido tiene un impuesto progresivo sobre la renta, que intenta reducir, en teoría, las diferencias entre ricos y pobres, cuando el Estado promueve a su vez un sistema de loterías que en un golpe de suerte hace un rico de la nada?.

Pero no piensen que lo que me parece mal es la lotería, porque no. Lo que me parece realmente impresentable es el impuesto progresivo y la excusa con la que el Estado lo justifica. La última de estas actuaciones absurdas tiene su base en materia de política de sanidad pública -política que en los próximos años se convertirá en la base de la opresión-, y que afecta a las libertades individuales y a la libertad económica: el Gobierno va a prohibir a las cadenas de hamburgueserías regalar a los niños un juguete por consumir en sus restaurantes. Si las hamburguesas son tan malas o las cadenas engañan en su publicidad, prohíba las hamburguesas o su publicidad, pero ¿por qué impide al comerciante promover su negocio honradamente? Más publicidad engañosa hubo en la promesa de los 400 euros en las últimas elecciones.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Teoría de la Economía

Al fin es viernes, así que ya saben lo que espero de ustedes esta tarde para los que disfrutan del fin de semana desde el mediodía, y mañana para los que lo comienzan esta noche: vayan a la librería y adquieran un texto. El de esta semana no es un texto largo -como ninguno de los que les he recomendado hasta la fecha a excepción del del profesor Salin-, pero sí es posible que sea un poco más complejo. No por la incapacidad del autor de expresarse, pues hay que reconocer que el profesor Wilhem Ropke escribe como los ángeles, como todo ese conjunto de profesores alemanes y austriacos que tuvieron que abandonar la Alemania Nazi y que no se confundieron: el enemigo del nazismo no eran los comunistas, competidores de los primeros por un mismo público ideológico y que sólo desarrollaban entre sí un enfrentamiento entre dos familias socialistas y, por tanto, totalitarias. El enemigo del nazismo era la sociedad libre de Europa Occidental, Estados Unidos e Inglaterra de manera muy especial.

El libro se llama Teoría de la Economía, y se acaba de reeditar, si bien en ediciones anteriores recibió el título en español de Introducción a la Economía. El libro está escrito con cariño, con el cariño del profesor que escribe el libro que hubiera querido tener cuando se inició en el estudio, como nos reconoce el profesor Ropke en la introducción. Esto y su longevidad como texto -fue escrito hace más de sesenta años- es una garantía de la calidad del mismo. El libro tiene la complejidad que conlleva siempre un análisis hecho por un alma fina sobre los problemas sociales.

Les recomiendo especialmente los dos primeros capítulos, claramente deudores del análisis que de la economía hizo nuestra Escuela de Salamanca en los siglos XVI y XVII, y les puede ayudar mucho a entender el funcionamiento de las realidades más cercanas como, por ejemplo, por qué el agua es barata a pesar de su necesidad y con frecuencia escasez y, sin embargo, los bienes superfluos suelen ser caros a pesar de su escasa demanda y suficiente oferta. Léanlo con atención, es una delicia. Recuerde: Teoría de la Economía, de Wilhen Ropke. Él también les habría dicho:

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La desfachatez del Banco de España

El intervencionismo de los políticos no tiene límites, y uno no sabe si llega a la osadía por desvergüenza o por ignorancia. Ahora, el vicepresidente de la Generalidad valenciana dice que las cajas de la región no admitirán presiones externas, y ha añadido, muy ufano: “vengan de donde vengan”. Y claro, dicho así, uno casi siente conmiseración y admiración por un hombre que no acepta las presiones externas y que se convierte en un defensor numantino de algo. Pero ¿qué es lo que defiende? ¿Y de dónde vienen las presiones? Empecemos por estas últimas.

Las supuestas presiones vienen del Banco de España; más bien, habría que decir que, más que presiones, son las intenciones del supervisor, que algo sabrá de banca o, al menos, muy probablemente, más que el señor Camps. Y las intenciones del Banco de España no parecen en principio aviesas: lo único que quiere es buscar una solución a los problemas de solvencia de algunas entidades valencianas, haciendo lo que podríamos denominar una fusión impropia con otras cajas a través de lo que se llama legalmente un Sistema Integral de Protección (SIP). Pero, claro, como el Banco es de España y no de Valencia, tiene la osada idea de que lo mejor es fusionar las cajas valencianas con otras de Madrid o Galicia -¡qué desfachatez la del Banco de España!- en lugar de con otras valencianas, como propone el señor Camps, imagino que para salvar la valencianidad de la entidad resultante.

No voy a entrar a discutir si la medida del Banco de España es la correcta o no, aunque ustedes me han oído decir que las fusiones no son la panacea y que las únicas que tienen sentido son las interregionales, como propone el supervisor ahora. Lo que sí voy a criticar son las declaraciones del señor Camps, faltas absolutamente de racionalidad económica y llenas de regionalismo como excusa para conservar el poder que una entidad financiera da al que la dirige, y ya saben ustedes que las cajas las dirigen los políticos, si no en beneficio propio sí, al menos, en beneficio del partido. No soy de los que defienden la conversión de las cajas de ahorros en bancos, pero sí de sacarlas del control político. Actitudes como las del señor Camps, que se dan en todos los partidos que controlan una caja regional, terminarán con las cajas de ahorros antes de que otros profesores de economía les convenzan de la necesidad de transformarlas en bancos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Seguridad laboral vs. economía flexible

Lo único malo de escribir de economía a diario es tener que leer todos los días la prensa, especialmente la económica, para encontrarse con declaraciones como las que hizo ayer la cuarta peor ministra de Economía, de un ranking de 19 que publicó ayer Financial Times. Declaraciones hechas en la Comisión Mixta de las Cortes para la Unión Europea y que decían: "la flexiseguridad busca avanzar hacia una 'economía dinámica' con plenas garantías de seguridad laboral para los trabajadores". ¿Y esto qué quiere decir? O mejor aún: ¿quiere decir algo? Pues no. Sólo es una hermosa frase que no compromete a nada, no afirma nada y es inatacable porque ¿quién está en contra de una economía dinámica o de las plenas garantías de la seguridad laboral? Y, por otro lado, ¿qué es eso de la flexiseguridad? Un término que suena tan tranquilizador como lo del 'sexo libre y seguro' para combatir el SIDA.

La única verdad está en el análisis de los datos: España tiene un 19% de tasa de desempleo, la segunda más alta entre las cuarenta y dos principales economías del mundo, y que en los mejores años apenas bajaba del 10%, y era también de las más altas mientras importábamos cinco millones de inmigrantes para cubrir nuestras necesidades de mano de obra. Es decir, somos un buen ejemplo de que la intervención pública sólo genera distorsiones: parados por un lado y necesidad de trabajadores extranjeros. El problema de las políticas intervencionistas que aplica este Gobierno, y el anterior, aunque en menor medida, es que pretenden de manera simultánea objetivos incompatibles: la seguridad laboral más absoluta no es nada flexible y, lo que es peor, crea una economía nada dinámica, y si no, piensen en el bloque soviético, donde no había paro ni se movía nada. Pero lo peor no es eso: la seguridad laboral más absoluta es la del esclavo y ésa, sin lugar a dudas, es la que pretenden esos sindicatos que se manifiestan con el Gobierno contra los empresarios. ¡País de locos! Pero eso sí, al menos tiene gracia.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 17 de noviembre de 2009

Pero Europa no la quiere (inflación)

Vamos a volver con el tema de la inflación de la que hablamos ayer. Recuerden que les dije que ahora mismo el Gobierno necesita la inflación para conseguir una pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores con el que reactivar la economía sin reducir nominalmente los salarios. Es por ello que les decía que las autoridades se reservan, a través de su banco central correspondiente, el monopolio de emisión de dinero como modo de manejar dicha inflación.

El problema para el Gobierno español actual es que la autoridad monetaria ahora no es nacional -el Banco de España- sino paneuropea: el Banco Central Europeo. Así, las decisiones sobre el volumen de la base monetaria y, por ende, sobre la cantidad de dinero en circulación, no se realizan ajustándose a las necesidades de un país concreto. Esto puede coger a nuestro Gobierno con los dos pies cambiados si, como viene ya apuntándose por el Banco Central Europeo, es muy posible que para mediados del año que viene los tipos de interés suban o, lo que es lo mismo, la liquidez disminuya o, lo que es lo mismo, se reduzca la inflación que las autoridades españolas necesitan para combatir la crisis.

Así, nos vamos a encontrar con una situación digna de estudio porque nuestras autoridades van a ver desarrollarse una política monetaria contraria a nuestros intereses, dentro de este absurdo que es el sistema de banca central con que nos hemos dotado, y que como Gobierno de España sólo dispone de la política fiscal para utilizarla en el único sentido que conoce: aumento continuado del déficit. Creo que, como el otro día afirmaba el profesor Velarde, España está en un momento crítico de su historia económica, y la dirección que se tome ahora puede condicionarnos en las próximas décadas después de los magníficos últimos cincuenta años, con sus dientes de sierra, y que comenzaron con el fin de la autarquía. De la tentación argentina de los gobiernos populistas, quiera la Providencia liberarnos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El Gobierno necesita inflación

El viernes publicó el Instituto Nacional de Estadística el último dato de inflación en España. Por octavo mes consecutivo el dato de inflación ha sido negativo, es decir, el nivel general de precios ha descendido. El Gobierno lleva todo este periodo insistiendo en que acabaremos el año con inflación, o lo que es lo mismo, anunciándonos que finalmente los precios subirán, y anunciándonoslo como si el problema fuera que los precios están cayendo. Recuerden ustedes que cuando los precios suben mucho también los gobiernos lo consideran un problema, por lo que parece que lo bueno, según nuestros gobernantes, es que los precios suban pero poco. La verdad es que todo este razonamiento no es sino fruto de la falta de base científica con la que nuestros gobiernos se enfrentan a los problemas monetarios.

La inflación existe por culpa de que las autoridades públicas, los bancos centrales en concreto, tienen la capacidad de decidir la base monetaria o, dicho de otro modo, de emitir moneda. Si la emisión de moneda estuviera ligada a un patrón metálico, el oro por ejemplo, esto no ocurriría. No les hablo si contemplásemos la posibilidad de emisores privados de moneda como otra solución a este problema. Por otro lado, en ausencia de inflación, lo que siempre ocurriría es que los precios relativos no se mantendrían estables o, en román paladino, que unas cosas subirían en una proporción y otras en otra y que, además, habría cosas que bajarían, y contra esos movimientos no se debe luchar, como parece que pretenden a veces las autoridades. No se debe luchar porque esas variaciones dirigen la actividad económica, indicando qué hay que producir y qué no, y en qué cantidades.

Pero dejemos esta parte de la discusión y centrémonos en por qué el Gobierno desea tanto la inflación, bajo la excusa de que la deflación es un problema cuando sólo es un síntoma de la crisis. Pues bien, el Gobierno necesita rebajar los costes salariales para reactivar la economía -máxime cuando los precios están cayendo- y sólo tiene un modo: la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Esta es una de las razones por las que las autoridades se reservan la capacidad de emisión de moneda: crear en cada momento la inflación necesaria para reducir el poder adquisitivo de los salarios sin reducirlos nominalmente.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Raíces cristianas de la economía de libre mercado

Pues ya ven, otra semana que llega a su fin y, como siempre, les remito a la librería para que aumenten su cultura económica. El libro que les recomiendo y que recientemente se ha reeditado, está escrito por un profesor argentino, Alejandro Chafuen, emigrado a Estados Unidos después de años de docencia en su país natal. La verdad es que no sé muy bien si el profesor Chafuen sabe más de Economía por lo mucho que ha estudiado o por lo que ha observado en Argentina, donde se han cometido durante los últimos setenta años todos los despropósitos que llevan a una nación a caer desde las más ricas del mundo a las puertas del tercer mundo, sin coger el atajo que para eso es, siempre, el comunismo.

El libro es, además, muy interesante para que los españoles descubramos las aportaciones de nuestros intelectuales a la Economía como ciencia, mucho antes de que Adam Smith publicara, en 1776, La riqueza de las naciones. Se titula el texto que les recomiendo Raíces cristianas de la economía de libre mercado, y en él se tratan, convenientemente agrupados por temas, las aportaciones de los escolásticos españoles del Siglo de Oro, comenzando por Francisco de Vitoria y terminando por Francisco Suárez -por citar a dos de los más destacados al comienzo y al final del periodo-, y que constituyen la denominada Escuela de Salamanca. Llamada así por sus comienzos, aunque luego terminó desarrollándose en la portuguesa de Évora y en la de Alcalá de Henares, de cuyo claustro me honro en formar parte.

El libro habla de raíces cristianas porque todos los autores eran sacerdotes que aplicaron el verdadero espíritu científico -la búsqueda de la verdad- a las realidades sociales que les circundaban, y de las que la Economía, como el Derecho, era una de las fundamentales. Es especialmente interesante el capítulo dedicado a la Teoría Monetaria, donde el Padre Mariana ya anticipa lo que posteriormente será la teoría cuantitativa del dinero y muchos de los males que nos afligen con la crisis. El Padre Mariana es más conocido por su defensa de la limitación del poder y la justificación del tiranicidio, pero no porque entre las causas que justifican el mismo está la alteración del valor de la moneda, algo a lo que los banqueros centrales dedican hoy sus días sin mayores consecuencias. Recuerden, pues, el libro Raíces cristianas de la economía de libre mercado, de Alejandro Chafuen.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Ganan demasiado los futbolistas?

Esta semana, con eso de que un equipo modesto ha eliminado a uno más grande -y no doy nombres por no profundizar en la herida-, hemos vuelto con el discurso demagógico de que no hay derecho a que un futbolista gane lo que gana, y todos nos hemos rasgado convenientemente las vestiduras. Lo único que se ha oído decir que tiene sentido es que la culpa la tiene el mercado, pero los que han dicho eso no han caído en la cuenta de que el mercado somos todos.

Los futbolistas en España ganan mucho no porque ellos lo exijan a sus clubes -como podría parecer- y luego los clubes lo repercutan al público, de tal modo que si estuvieran dispuestos a cobrar menos, ir al fútbol sería más barato. Esta forma de razonar de los economistas clásicos forma parte de los errores del marxismo en economía, que ahora que celebramos la caída del Muro de Berlín sabemos que fueron muchos.

La verdad es la contraria: como nos gusta mucho el futbol y estamos dispuestos a pagar altas cantidades por asistir a los estadios, ver partidos en la televisión o por la información deportiva, los clubes disponen de grandes sumas con las que intentan atraer a sus equipos a los mejores jugadores. Dicho de otro modo: no son los costes los que determinan los precios, sino al reves: los precios los que determinan los costes. En el fútbol español los costes son elevados porque los consumidores están dispuestos a pagar altos precios. Si a los españoles lo que les gustara fuera pasar las tardes de los domingos escuchando a dos profesores de filosofía disertar sobre la fenomenología de la escolástica tardía, por decir algo, y la audiencia fuera como la que acompaña hoy un partido de la selección, y los niños vistieran camisetas con el busto de su filósofo favorito, los futbolistas ganarían bien poco y los profesores de filosofía serían multimillonarios.

Vuelvo al comienzo: la culpa la tiene el mercado, pero el mercado no es más que un mecanismo que nos devuelve debidamente ordenadas lo que son las preferencias del conjunto social, y está claro que a los españoles les gusta más el fútbol que el arte románico, la música de cámara o la filosofía tomista. Así, que la próxima vez que alguien se queje de que los futbolistas ganan mucho, pregúntele si los libros le parecen caros. La respuesta le aclarará mucho.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

En defensa de Defensa

Como periódicamente me gusta defender algo políticamente muy incorrecto, ahora que el tema de los presupuestos generales del Estado, el gasto público, y otras cuestiones adyacentes están en boga en los mentideros públicos, quiero hablarles del gasto en Defensa e, incluso, sin ninguna vergüenza, defenderlo. El ecoprogresismo que nos aflige es pacifista y en los últimos quinquenios se ha esforzado por la reducción del gasto público en Defensa. Es cierto que desde la caída del bloque comunista y hasta el atentado del 11S, el relajo de este gasto tuvo un cierto sentido, pero en España se había reducido más acusadamente y ya venía de antes.

La reducción en defensa se trata como si todo el presupuesto del ministerio correspondiente se dedicara a la compra de armas, lo que no es cierto pero, en cualquier caso, tampoco podemos reducir las adquisiciones de armamento, porque el arma es la herramienta del soldado y no tiene sentido tener un grupo de profesionales sin las herramientas necesarias para ejercer su profesión. Por otro lado, el mal no está en las armas sino en el uso que se hace de ellas, y nuestro ejército está claro que hace un buen uso. Por último, la industria de defensa contribuye al desarrollo posterior de muchas aplicaciones civiles, como el microondas o los sistemas de estabilidad de vehículos, además de ser una gran generadora de empleo de mucha calidad porque suele exigir alta cualificación. Este último aspecto es muy relevante y se ha olvidado con mucha frecuencia en nuestro país, lo que nos ha generado no pocos conflictos con los sindicatos que, por un lado exigían el mantenimiento de los puestos de trabajo de la industria de Defensa y, por otro, se apuntaban a cualquier postura política pacifista.

Sin embargo, vamos a abandonar el tema de la industria de defensa y vamos a continuar con el gasto público en defensa. Cuando las posturas pacifistas se han impuesto, como así ha ocurrido, se ha reducido dicho gasto público en defensa, lo que ha reducido el gasto en armamento y medios, tal vez haya reducido también las posibilidades de remunerar adecuadamente a nuestros soldados, pero también, no se nos olvide, ha reducido la idoneidad de los medios de transporte en los que se les ha trasladado, y que tantos problemas nos han dado, o las medidas de seguridad de los vehículos en que se mueven. En cualquier caso, no olviden el viejo adagio latino Si vis pacem para bellum, que Hitler fue candidato al nobel de la Paz, o que cuando Alemania invadió Francia, el Partido Comunista francés pidió a los soldados franceses que desertaran y no lucharan contra un aliado de Stalin y, por ende, de los trabajadores.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Economía no liberal para no economistas y no liberales

Llegó el viernes y este fin de semana es un día más largo para los madrileños, que disfrutaremos el lunes de la fiesta en honor de nuestra patrona, la Virgen de la Almudena. Así que no lo duden y aprovechen para acercarse a la librería y adquirir el libro que les recomiendo esta semana: Economía no liberal para no economistas y no liberales, un magnífico texto de divulgación sobre los fundamentos de la libertad de mercado y el funcionamiento de la economía, que derriba todos los prejuicios que conforman los tópicos que impiden comprender a la ecoprogresía que nos aflige las bondades de la sociedad libre.

El texto está escrito por un simpatiquísimo y joven profesor de economía español en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, Xavier Sala i Martín, probablemente el economista español peor vestido y con más proyección internacional que haya. Si no me creen en lo del mal gusto en el vestir, fíjense en la foto de la portada. Les aseguro que a pesar del espanto que produce no es la peor combinación que le he visto a mi admiradísimo profesor Sala. Todavía se comenta la americana de color verde chillón con un estampado de vacas con la que retiró el premio Rey Juan Carlos de Economía. El profesor Sala es, ante todo, un hombre sin prejuicios, ávido en la búsqueda de la verdad, lo que le permite recomendar a un fondo de caridad norteamericano al que asesora, la entrega de las donaciones a los misioneros católicos en África porque son los mejores gestores que conoce, y eso a pesar de que él carece de convinciones religiosas. Tal vez esa ausencia de convinciones es lo que nos explica que el fondo antropológico del texto sea el más débil de entre los libros que les he recomendado hasta ahora, lo que queda muy claro en el capítulo quinto de la primera parte del mismo que titula Ni en la cartera, ni en la bragueta, y con el que pretende mantenerse al margen de la pelea política tópica entre la izquierda y la derecha.

Así que ya saben, se acercan a la librería y le piden el texto de este forofo del Barça -algunos dicen que podría ser el próximo presidente del club- que es el profesor Sala i Martín: Economía no liberal para no economistas y no liberales, porque les aseguro que van a disfrutar mucho y que un fin de semana de tres días es suficiente para leérselo entero. ¡Y de un tirón!

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El mercado es ecológico

¿Se han preguntado alguna vez por qué determinadas especies animales susceptibles de aprovechamiento por el hombre no están en peligro de extinción, y otras sí? Pues en la mayoría de los casos porque las primeras tienen dueños y las segundas, no. Dicho de otro modo, porque sobre algunas de ellas se ejerce la propiedad privada y en cambio a las otras, como no tienen dueño, se las esquilma. Como ven, el mercado es de lo más ecologista, aunque a los ecologistas no les gusta nada el mercado. Y si no me creen, plantéense qué medio ambiente está mejor: ¿el de la antigua Alemania comunista o el de la antigua Alemania Occidental?

Pero vamos a hablar de ecología y vamos a ver alguna de esas tonterías que de vez en cuando se ponen de moda como el calentamiento global del planeta, que sólo ha servido para que Al Gore se haga rico paseando en avión privado. Ahora resulta que las vacas producen el 18% de los gases de efecto invernadero cuando expelen los mismos desde el interior de su aparto digestivo. Vamos, que no hay nada menos ecológico que una vaca pastando y de seguir con la tontería ecologista, vamos a tener que dejar de tomar chuletones para volvernos vegetarianos. Claro que de ocurrir eso, a lo mejor los que comenzamos a expulsar los gases de efecto invernadero somos nosotros en lugar de las pobres vacas.

El mercado, al que acusamos de todos los males que nos afligen, cuando está libre de interferencias públicas, facilita la responsabilidad de las personas sobre sus actos y, por tanto, sobre su patrimonio, lo que incluye la tierra y los animales. Es cierto que sobre determinados bienes de difícil apropiación privada, como el aire, se ejercen abusos, pero precisamente por eso, porque carecen de dueño. Así, los mecanismos desarrollados para evitar la contaminación del aire en los últimos años, como son los derechos de emisión que cotizan en los mercados, son aportaciones teóricas de economistas que creen en la libertad individual, la propiedad privada y que los contratos están para cumplirlos. La ecoprogresía que nos aflige, si nos descuidamos, nos prohibirá los chuletones primero, y nos dejará sin lechuga después.


Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 3 de noviembre de 2009

Cuanto más tarde, peor

Como les decía ayer, el pasado jueves el Banco de España en su último informe trimestral indicaba que el problema más grave de la crisis actual es encontrar el momento para retirar las ayudas públicas al sector privado sin que éste se resienta. Ayer, el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Khan, advirtió que dichas ayudas no se podían retirar aún, porque no se vislumbra el fin de la crisis en el corto plazo, por lo que abogaba por su mantenimiento al menos otro año más. Ayer también, cayó la financiera Norteamérica CIT, después de haber recibido ayudas públicas por importe de 2.300 millones de dólares el año pasado.

Pues vuelvo a reiterarles mi opinión al respecto: cuanto más tarden en retirar las ayudas públicas, más larga será la crisis. Cuanto más tarden en retirarse las ayudas, más tardarán en reducirse los déficit públicos que todo los expertos comienzan a ver como una auténtica amenaza a la recuperación futura de las economías occidentales. Así, por ejemplo, volvamos al caso de CIT. ¿No habría sido mejor haberla dejado caer el año pasado, en lugar de enterrar en ella 2.300 millones de dólares del contribuyente? En lugar de cobrar impuestos para ayudar a determinadas compañías -las más grandes que al fin y al cabo son las que tienen acceso a los que ejercen el poder- a costa de asfixiar a las pequeñas y a los consumidores, ¿no sería mejor rebajar los impuestos?.

La política fiscal de las economías occidentales, tan contaminadas de presupuestos socialdemócratas, no cumplen (de hecho no lo han hecho nunca desde que adoptaron dichos presupuestos) con los principios que dicen perseguir: la redistribución de la riqueza desde los más favorecidos a los menos. El sistema fiscal es un absurdo en el que la gente corriente cree que gana salarios altos con los que paga altos impuestos para sostener a las grandes compañías, y luego le pedimos a esa misma gente corriente que ahorre y que consuma. ¡Hombre, pero tengan un poco de compasión, ya que adolecen de honestidad intelectual! Es que las autoridades occidentales quieren que chupemos, soplemos y no relamamos todo a la vez.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Sobredosis de liquidez

Pues ya ven: los Estados Unidos comienzan a salir del hoyo y España continúa. Claro que algún aprendiz de economista dedicado a gobernarnos dirá que ellos entraron antes, pero ya verán cómo nosotros tardamos más que los norteamericanos en salir. La clave para superar esta situación yo creo que la apuntó el pasado jueves el Banco de España en su informe trimestral sobre la evolución de la economía española: para poder paliar la crisis se han empleado políticas muy expansivas en lo fiscal y en lo monetario.

En términos de andar por casa: le hemos suministrado al enfermo unos buenos chutes de dinero y gasto público en vena, porque se moría. Ahora vive con un tono vital muy bajo, y el problema está en cuándo le podemos retirar las sobredosis sin miedo a que vuelva a recaer. Mi opinión es que eso va a ser difícil: la crisis la provocó una fuerte inyección de liquidez que cuando se intentó retirar por parte de los bancos centrales resultó imposible. El ratito en que el enfermo estuvo sin la liquidez a la que se había acostumbrado fue tan traumático que hubo que volver a inyectársela -y en mayores cantidades- junto con unas buenas dosis de gasto público.

El problema de cómo acabar con un mercado acostumbrado a altas dosis de liquidez es complicado. Ahí tienen ustedes a Japón, que lleva veinte años enganchado a la misma y no sale. Pero está claro que el problema requiere sustraer de la decisión de políticos y técnicos las decisiones sobre la masa monetaria en circulación. Es decir, tenemos que volver a algún tipo de patrón metálico o, ya lo he dicho alguna vez, a la posibilidad de admitir la emisión privada de dinero.

El recorte del gasto público requiere las famosas reformas estructurales que ningún Gobierno hace, no vaya a ser que pisemos callos o que los sindicatos mayoritarios -ese elemento tan reaccionario y perturbador que no sabemos muy bien a quién representa- la líen. En el caso español, y mientras nos gobierne el cabeza de la familia Adams, el riesgo de argentinización, es decir, de incremento del gasto público hasta extremos insostenibles, es muy elevado, y sólo Europa, con sus criterios de convergencia, nos ayuda a poner un poco de orden. Pero no se entristezcan porque seguro que la solución a su problema depende más de usted que de las autoridades. Póngase pues a salir de su particular crisis y saldremos todos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 30 de octubre de 2009

La economía en una lección

Otra vez es viernes, así que, como todos los viernes, les remito a la librería. Esta semana les voy a recomendar un texto más corto, más ligero y más divertido que el de la semana pasada que, como recordarán, era Liberalismo, de Pascal Salin. Sin embargo, el texto que hoy les recomiendo no es menos profundo ni de menor alcance que el anterior. Es una de esas joyas pequeñas, claras y concisas que se encuentran de vez en cuando en cualquier campo científico de la literatura.

El texto que les recomiendo es La economía en una lección, del norteamericano Henry Hazlitt. Un libro de 1946 que recientemente se ha reeditado en España. Su éxito comercial, dado que no habla de pornografía o cosas de mal gusto, dice mucho de su calidad. Consta de 23 capítulos que pueden leerse independientemente si así lo desean, y que abordan todos los tópicos donde la ecoprogresía y los sindicatos demuestran que adolecen de formación económica, y que están llenos de prejuicios hacia la actividad más humana que hay: ganarse la vida, que no otra cosa es de lo que trata la economía.

Para los tiempos que corren les recomiendo los capítulos 3,4 y 5 que demuestran que las obras públicas incrementan los impuestos, que los impuestos reducen la producción, o que el crédito estatal perturba esta última. El capítulo 18 pone en duda si los sindicatos sirven para algo o al menos para lo que ellos dicen: mejorar los salarios de los trabajadores. Por último, léanse el capítulo 22: La ofensiva contra el ahorro, que desmonta todos los tópicos de hoy día contra la virtud de ahorrar y la deflación, ese fantasma con el que nos pretenden convencer de que habiendo habido un déficit de ahorro en los últimos años en España -que ha sido una de las causas de la crisis -lo que tenemos que hacer, sin embargo, es consumir.

La obra de Henry Hazlitt de la que les hablo es corta, apenas supera las doscientas páginas y, aunque se llama La economía en una lección, hacen falta algo más de las dos tardes que otros, en mejor posición que ustedes, han empleado en elevarse a las alturas de la política.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 29 de octubre de 2009

La verdad sobre las SICAV

Pues como me gustan las causas poco populares, voy a defender a las SICAV o, mejor dicho, voy a defenderlas del populismo de los políticos ahora que el Gobierno vasco, acogiéndose a la moda de hacer demagogia con estas sociedades, ha decidido expulsarlas de su territorio elevándoles el tipo impositivo desde el 1% hasta el 24% o el 28%, según los casos. Es cierto que en Vascongadas no hay muchas de estas sociedades y la medida tiene más un carácter testimonial que real. Personalmente creo que no lo habrían hecho si estas sociedades abundaran en el territorio vasco.

Pues bien, es falso, como se dice a veces, que en las SICAVs los ricos disfrutan de un régimen fiscal mejor que el resto de los particulares. Las SICAV pagan, con la excepción vasca si prospera, sólo un 1% en concepto de impuesto de sociedades, exactamente igual que los fondos de inversión en los que podemos invertir los que no somos tan ricos. Los rendimientos que reciben los propietarios de las mismas tributan al 18% en el IRPF, exactamente igual que los rendimientos que perciben los titulares de fondos de inversión. Nadie puede afirmar, por tanto, que es un régimen mejor que el del común de los ciudadanos. Es exactamente igual. La diferencia entre un fondo de inversión y una SICAV es sólo el número de propietarios: en un fondo es tan elevado que las decisiones de gestión se confían a una sociedad gestora ante la imposibilidad de reunir a todos los fondistas, y en la SICAV son tan pocos que deciden por sí mismos si lo desean.

Sé que algunos me dirán que no es justo tratar igual a los ricos que a los pobres, pero ésa es otra discusión más peligrosa de lo que parece: la discriminación del rico es una de las pocas que está socialmente admitida, en contradicción con el igualitarismo ramplón que nos invade. Otra cosa es que a los políticos les guste periódicamente avivar el odio al rico y al poderoso -por cierto, ¿quién más poderoso que el Gobierno y su Presidente?- como modo de desviar la atención de lo que ocurre, a la vez que deben resguardarse de su propia demagogia. Porque, ¿cuántos miembros del Gobierno, por ejemplo, tienen SICAV actualmente?

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuando los gastos superan los ingresos

Está claro que hoy hay que hablar del déficit público tras la presentación que hizo ayer la Secretaría de Estado de Hacienda. Si vienen leyéndome, es posible que hayan concluido que debo ser un enemigo declarado del déficit público. Pues no es así. Entiendo la existencia del déficit público, igual que el año que cambio de coche, reformo mi casa o me compro un apartamento de recreo incurro en él: porque ese año es imposible que la diferencia entre mis ingresos y mis gastos, mi ahorro, me permita hacer frente a un desembolso tan grande como los de los ejemplos que les he puesto. Así, el año que algo así ocurre sólo me queda, o tirar de ahorros acumulados en años anteriores, o vender algo que ya no necesito o quiero, o endeudarme. Y al Estado le puede y le debe pasar lo mismo. Un año determinado -porque hace un gran gasto extraordinario- necesita, o vender algo o endeudarse, porque lo de tirar de ahorros en el caso del Estado va a ser que no.

Sin embargo, de lo que sí me aseguro en mis finanzas personales es de que mis gastos corrientes (comer, vestir, educación, un poco de ocio, por ejemplo) no superen a mis ingresos. Eso me asegura mantener mi nivel de vida, que podrá ser mejor o peor, pero es el que puedo mantener, y me permite hacer frente a esos grandes desembolsos de los que les hablaba, cuando vienen o son necesarios. Y esto es lo que me parece que no está haciendo el Gobierno actual. Sus gastos corrientes comienzan a superar peligrosamente a sus ingresos corrientes. Es cierto que sus ingresos podrían mejorar en el futuro si la situación económica se recupera, y que determinados gastos, como el desempleo, podrían reducirse, pero también es posible que eso no llegue a ocurrir, o al menos no llegue a ocurrir en las cantidades necesarias para asegurar la viabilidad financiera del Estado.

Lo que me preocupa es la tendencia de este Gobierno, de los anteriores y de todas las Administraciones Públicas en general, a asumir cada vez más compromisos de gasto corriente prometiéndonos nuevos servicios, muchos de los cuáles no pueden considerarse como de primera necesidad, servicios que además no les hemos pedido, y que bien podrían ser dados por el sector privado a aquéllos que los soliciten y los paguen.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 27 de octubre de 2009

Recuperar los derechos de la propiedad

Ayer publicaba Financial Times un interesante suplemento acerca del futuro de los mercados financieros tras la crisis que nos invade, la primera del siglo XXI. El suplemento se fija en las discusiones que se mantienen actualmente sobre qué es lo que falló para llegar a la crisis actual. Así, se vuelve sobre el tópico de si lo que falló fue el déficit de regulación -lo que no es cierto porque ningún sector está más regulado e intervenido que el bancario- o si fueron los supervisores de los mercados, que no se enteraron de nada, lo que cuesta creer porque es difícil que todos los supervisores del mundo sean malos, y todos a la vez.

La crisis, ya lo he dicho alguna vez, la provocaron los bancos centrales con una política monetaria inadecuada que volverán a repetir antes o después. La reforma legal que requieren los mercados no es un aumento de los controles y la intervención pública o de los poderes de los supervisores, que ya son grandes. La reforma legal habría que aplicarla al sistema de bancos centrales que padecemos y que permite aumentar y disminuir la cantidad de dinero en circulación por la simple voluntad de la dirección política de un país o de un grupo de expertos. La emisión de dinero tiene que estar al margen de la decisión de nadie, y deberíamos abandonar el sistema actual de emisión fiduciaria en favor de un sistema basado en un patrón real, bien sea metálico como el oro -como ha sido clásicamente-, bien sea otro patrón.

Otra reforma más agresiva sería la posibilidad de desnacionalizar el dinero, es decir, permitir la emisión privada de dinero. No se escandalicen diciéndome que cómo propongo esto tras la crisis. Es que la crisis no ha sido un fallo del mercado, como afirman los políticos, sino del intervencionismo que siempre que falla lo achaca a la escasez de dicho intervencionismo y exige más intervencionismo aún como solución. Sin embargo, sí he encontrado en el suplemento de Financial Times de que les hablaba una propuesta interesante: uno de los problemas de la crisis ha sido la indolencia de los propietarios. Dicho de otro modo: los propietarios de las grandes compañías no han hechos sus deberes. Es difícil hacerlos en esas grandes corporaciones, pero además la legislación lo dificulta y a los directivos de dichas instituciones no les gusta estar controlados por los dueños de las mismas, que muchas veces son fondos de pensiones y fondos de inversión o, lo que es lo mismo, nuestro ahorro. Tal vez ésta sea la reforma que necesitamos: recuperar los derechos de la propiedad

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 26 de octubre de 2009

Más formación no implica menos paro

Es cierto que los segmentos de la población con mayores niveles de formación sufren menores tasas de paro que los segmentos con menores niveles. También es cierto, como afirman el Gobierno y los Sindicatos, que las personas con menores niveles de formación son la mayoría de las que se están incorporando al paro. A partir de aquí se construyen algunas conclusiones que aparentan ser lógicas, que no se dicen en alto, pero se dejan sobrentender: lo que los parados necesitan es formación, y la culpa del paro la tienen muchos de ellos por no haberse formado suficientemente. Y también -¿por qué no?- que no puede considerarse parado al que no reúne los requisitos mínimos de formación para incorporarse al mercado laboral, por lo que, mientras usted reciba formación, no es un parado.

Pero todo esto es falso, y es el modo típico de razonar de los que nunca tienen la culpa de nada. Si mayor nivel de formación de una población implicara necesariamente menos paro, no habría paro en una población en la que todos fuéramos doctores en algún arte o ciencia. Las estadísticas nunca han demostrado que una población con más titulados tenga menos paro. Lo que han demostrado es que los trabajadores, cuanto más cualificados están, más productivos son en general, por lo que los empresarios los prefieren sobre los menos formados. Pero los empresarios sólo contratan cuando tienen una demanda que atender. No contratan trabajadores porque tengan más o menos títulos, si no los necesitan.

En España, hemos creído que la solución para el paro estructural que padecemos era, por lo tanto, la formación. Si todos estuviéramos cargaditos de títulos y de formación, no habría paro. Los Gobiernos, por tanto, se han centrado en la formación en lugar de en las condiciones para la creación de empleo, y así los hechos contradicen el acierto de sus medidas: durante el último periodo de auge económico, lo que se demandaba era, en general, mano de obra de escasa cualificación.

Por otro lado, si bien el nivel de formación reduce las posibilidades de caer en el desempleo, no asegura un empleo acorde con la formación del trabajador. Es decir, no se trata de la formación por la formación, como a veces parece cuando uno ve las ofertas de cursos del INEM, de los sindicatos o de los ayuntamientos, por ejemplo. Un empleo acorde con la formación del trabajador, necesita que alguien, el propio trabajador muchas veces, lo cree. Y ahí usted no encontrará tanta ayuda como si quiere llenar el salón de su casa de titulines con los escudos de los sindicatos para enseñar a sus visitas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 23 de octubre de 2009

Liberalismo

Pues por fin es viernes, así que, como ya les dije la semana pasada, aprovechen a acercarse a una librería y adquieran el libro que les voy a recomendar para seguir avanzando en su formación económica. Les aseguro que si han hecho con interés la lectura del que les recomendé la semana pasada -Camino de Servidumbre, de Federico Hayek-, ya saben más economía que alguna defensora de los presupuestos generales del Estado y su jefe juntos.

Pues bien, esta semana les quiero recomendar un libro sin complejos. Un libro con el que, si no forran la portada para tapar su título, epatarán en cualquier central sindical mayoritaria a la que se acerquen. El libro se llama Liberalismo. Sí, he dicho bien, Liberalismo. Y su autor es probablemente el único economista liberal francés que existe: Pascal Salin. No me hablen de Maurice Allais, el único economista francés premiado con el Nobel, porque no es realmente un liberal.

Las tres primeras partes del libro son un buen tratado sobre lo que es la economía y cómo funciona. La cuarta y quinta parte, muy interesantes, pueden ser precindibles si de aquí al viernes próximo no se lo han leído y quieren continuar con las lecturas que les recomiendo. No cabe duda de que Salin, el autor, es un peligroso individuo que afirma que hay principios universales, que el liberalismo es un humanismo, y que no hay una economía de derechas y otra de izquierdas, sino una economía científicamente correcta y otra plagada de fantasía, de conformismos y de vacuo voluntarismo.

Esta última afirmación es muy interesante porque es la que explica por qué los gobiernos que aplican recetas liberales suelen mejorar la situación económica general, mientras que los que aplican recetas socialdemócratas e intervencionistas, no. No es porque los primeros sean mejores gestores o más honrados. Es, simplemente, porque saben economía, mientras los segundos no. No hay médicos de izquierdas y médicos de derechas, sino médicos que saben Medicina, y el conocimiento no está precisamente en el lado del corazón. Y es que, como afirma Salin, el liberalismo es verdad porque se apoya en una visión realista del hombre y de las relaciones sociales.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.