sábado, 16 de julio de 2011

¡Qué pesadez con las pruebas de esfuerzo!

No hay una segunda posibilidad para causar una primera buena impresión, y eso es lo que les pasa a los pobres test de estrés con que las autoridades económicas europeas nos castigan periódicamente a las comunidades financiera e informativa, en particular, y al público en general. La necesidad de estas pruebas de esfuerzo – dicen que del balance de los bancos, pero yo sospecho que del contribuyente– no sería tal si la regulación sobre solvencia de los bancos en Occidente no hubiera exigido tan poco capital como exigían los acuerdos de Basilea, pese a la propaganda oficial. Ya sé que los defensores del intervencionismo regulatorio –las autoridades, en definitiva– dirán que no se preveía una crisis como ésta, porque fueron ellos quienes la crearon con su absurdo sistema de convertir a los bancos privados en franquiciados de un banco central configurado sólo para financiar déficit públicos sin límite. Ahora este sistema toca a su fin y tienen que convencernos de que no pasa nada, lo que es en sí mismo muy sospechoso. Si hubieran dejado actuar al mercado, las consiguientes quiebras y suspensiones de pagos habrían ya clarificado qué bancos y qué Estados no pueden seguir como hasta ahora, en lugar de estar intentado convencernos por enésima vez de que ya conocen el futuro inevitable y, lo que es más sorprendente, cómo evitarlo. No sé si estoy asistiendo a otra sesión de Regreso al Futuro o de El Día de la Marmota después de la presentación de los resultados de los test este viernes y de que se anunciara que tal vez el año próximo, como se hizo el pasado, haya que repetirlos. Los resultados, por lo demás, son los esperados: es decir, en el caso de España, nuestras cuatro agrupaciones de cajas de ahorros y el banco que ya se anunciaban. Sin embargo, planean algunas dudas graves sobre la metodología, como es el hecho de la utilización de un balance estático que supone dos cosas: que no habrá crecimiento del crédito y que no habrá reasignación del volumen de crédito actual. La primera presunción depende,mientras la creación de moneda no requiera ningún tipo de respaldo metálico, del BCE y de su voluntad de seguir financiando a los Estados mediante el descuento de sus bonos. La segunda depende de la gestión del riesgo que hagan las entidades, pero les será imposible no reducir el crédito al sector privado mientras el público siga con déficit continuos y el volumen total de crédito fijo. Sólo esta última presunción de las pruebas realizadas ayer muestra las dificultades de los test para cumplir con su cometido y por qué las autoridades insisten tanto en el desapalancamiento del sector privado: necesitan todo el crédito para ellas. ¡Que se lo digan a Obama!

martes, 5 de julio de 2011

Precios atracativos

La pregunta de estos días es si el precio al que se coloca Bankia es o no un regalo. La respuesta es sencilla: en los mercados financieros no hay regalos. Sin embargo, lo que si hay con frecuencia en dichos mercados, y ésta es una de esas ocasiones, es incertidumbre o desconocimiento sobre el valor de las cosas. Cuando eso ocurre, el que está necesitado de la liquidez, en este caso Bankia, se ve obligado a ofrecer precios que, a priori, puedan hacer atractivo el activo que vende, en este caso las acciones. Cuanto mayor es esa incertidumbre a más bajo precio ofrecerá los títulos o, como decimos los financieros, subirá la prima de riesgo que sumará al tipo de interés libre de riesgo para determinar el tipo último al que valorar lo que está vendiendo. Lo que está vendiendo Bankia, en último término, son unos dividendos esperados y la aplicación de ese tipo es lo que llamamos descontar, porque no pagaremos hoy la suma de los dividendos esperados. Al fin y al cabo nuestro beneficio será ese: la diferencia entre el precio pagado y la suma de los dividendos que percibamos.

Los mercados encuentran mucha incertidumbre en los beneficios de Bankia. Al fin y al cabo no parece que la transparencia haya sido el criterio que ha informado, cuando debiera serlo, la elaboración de la información financiera en muchas entidades españolas. Esto se ve más claro cuando uno revisa los ajustes que han realizado muchas de ellas a su solvencia a través de ese cajón de sastre que es el estado de variación de patrimonio neto, en lugar de a través de su cuenta de resultados, pero si los auditores lo han consentido: debe estar bien. Vistas así las cosas es de esperar que, a pesar de la propaganda financiera, las estimaciones de dividendos hayan sido, como es lógico, pesimistas. Salvo, claro está, que a algunos mayoristas les dé lo mismo una estimación ajustada del precio, porque lo que esperan es hacer su negocio con un calentamiento del valor que anime a los minoristas a entrar tarde en el mismo.

Luego están los problemas de gobierno corporativo de una entidad de estas características, porque uno no tiene claro que vaya a dejar de ser una entidad al margen del control político a pesar de tener accionistas. De esto ya tenemos mucha experiencia con las privatizaciones de empresas públicas.

Por último está la premura con la que se ha hecho toda la operación, que no es sino culpa del Gobierno (ésto también, lo siento) al anticipar tantísimo la aplicación del Acuerdo de Basilea III e ir más allá de lo que el acuerdo exigía. Esta actuación ha intentado en todo momento aumentar la solvencia de las entidades por el mecanismo de exigirles más patrimonio neto sin que, por otro lado, quedase claro previamente cuánto necesitaban porque sus operaciones estuvieran bien reflejadas en contabilidad. En el fondo el Gobierno no quería aceptar que tal vez éste no era el sector financiero mejor del mundo, como se le llenó la boca de decir, pero no quería correr el riesgo de que una institución le diese un susto. Solución: exigir un incremento de capital que luego puede ser insuficiente o excesivo, que a su modo ambas cosas no son buenas.

Así, nada ha contribuido a que pudiéramos discernir si el precio al que se ofrecía Bankia era realmente atractivo: problemas en la calidad de la información, dudas sobre la gobernabilidad posterior de la institución y malos ejemplos sobre lo que es la austeridad en las semanas previas a la colocación de las acciones, y prisa, mucha prisa, lo que nunca es bueno para el que vende. Aunque tal vez a los que venden les traiga también sin cuidado, como antes apuntábamos de los mayoristas, pero por otros motivos: al fin y al cabo su negocio está en sus contratos.

Dicho esto les digo lo que vengo diciendo a todos los que me preguntan: la diferencia entre un precio atractivo y otro atracativo se circunscribe a una A.