viernes, 30 de octubre de 2009

La economía en una lección

Otra vez es viernes, así que, como todos los viernes, les remito a la librería. Esta semana les voy a recomendar un texto más corto, más ligero y más divertido que el de la semana pasada que, como recordarán, era Liberalismo, de Pascal Salin. Sin embargo, el texto que hoy les recomiendo no es menos profundo ni de menor alcance que el anterior. Es una de esas joyas pequeñas, claras y concisas que se encuentran de vez en cuando en cualquier campo científico de la literatura.

El texto que les recomiendo es La economía en una lección, del norteamericano Henry Hazlitt. Un libro de 1946 que recientemente se ha reeditado en España. Su éxito comercial, dado que no habla de pornografía o cosas de mal gusto, dice mucho de su calidad. Consta de 23 capítulos que pueden leerse independientemente si así lo desean, y que abordan todos los tópicos donde la ecoprogresía y los sindicatos demuestran que adolecen de formación económica, y que están llenos de prejuicios hacia la actividad más humana que hay: ganarse la vida, que no otra cosa es de lo que trata la economía.

Para los tiempos que corren les recomiendo los capítulos 3,4 y 5 que demuestran que las obras públicas incrementan los impuestos, que los impuestos reducen la producción, o que el crédito estatal perturba esta última. El capítulo 18 pone en duda si los sindicatos sirven para algo o al menos para lo que ellos dicen: mejorar los salarios de los trabajadores. Por último, léanse el capítulo 22: La ofensiva contra el ahorro, que desmonta todos los tópicos de hoy día contra la virtud de ahorrar y la deflación, ese fantasma con el que nos pretenden convencer de que habiendo habido un déficit de ahorro en los últimos años en España -que ha sido una de las causas de la crisis -lo que tenemos que hacer, sin embargo, es consumir.

La obra de Henry Hazlitt de la que les hablo es corta, apenas supera las doscientas páginas y, aunque se llama La economía en una lección, hacen falta algo más de las dos tardes que otros, en mejor posición que ustedes, han empleado en elevarse a las alturas de la política.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 29 de octubre de 2009

La verdad sobre las SICAV

Pues como me gustan las causas poco populares, voy a defender a las SICAV o, mejor dicho, voy a defenderlas del populismo de los políticos ahora que el Gobierno vasco, acogiéndose a la moda de hacer demagogia con estas sociedades, ha decidido expulsarlas de su territorio elevándoles el tipo impositivo desde el 1% hasta el 24% o el 28%, según los casos. Es cierto que en Vascongadas no hay muchas de estas sociedades y la medida tiene más un carácter testimonial que real. Personalmente creo que no lo habrían hecho si estas sociedades abundaran en el territorio vasco.

Pues bien, es falso, como se dice a veces, que en las SICAVs los ricos disfrutan de un régimen fiscal mejor que el resto de los particulares. Las SICAV pagan, con la excepción vasca si prospera, sólo un 1% en concepto de impuesto de sociedades, exactamente igual que los fondos de inversión en los que podemos invertir los que no somos tan ricos. Los rendimientos que reciben los propietarios de las mismas tributan al 18% en el IRPF, exactamente igual que los rendimientos que perciben los titulares de fondos de inversión. Nadie puede afirmar, por tanto, que es un régimen mejor que el del común de los ciudadanos. Es exactamente igual. La diferencia entre un fondo de inversión y una SICAV es sólo el número de propietarios: en un fondo es tan elevado que las decisiones de gestión se confían a una sociedad gestora ante la imposibilidad de reunir a todos los fondistas, y en la SICAV son tan pocos que deciden por sí mismos si lo desean.

Sé que algunos me dirán que no es justo tratar igual a los ricos que a los pobres, pero ésa es otra discusión más peligrosa de lo que parece: la discriminación del rico es una de las pocas que está socialmente admitida, en contradicción con el igualitarismo ramplón que nos invade. Otra cosa es que a los políticos les guste periódicamente avivar el odio al rico y al poderoso -por cierto, ¿quién más poderoso que el Gobierno y su Presidente?- como modo de desviar la atención de lo que ocurre, a la vez que deben resguardarse de su propia demagogia. Porque, ¿cuántos miembros del Gobierno, por ejemplo, tienen SICAV actualmente?

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuando los gastos superan los ingresos

Está claro que hoy hay que hablar del déficit público tras la presentación que hizo ayer la Secretaría de Estado de Hacienda. Si vienen leyéndome, es posible que hayan concluido que debo ser un enemigo declarado del déficit público. Pues no es así. Entiendo la existencia del déficit público, igual que el año que cambio de coche, reformo mi casa o me compro un apartamento de recreo incurro en él: porque ese año es imposible que la diferencia entre mis ingresos y mis gastos, mi ahorro, me permita hacer frente a un desembolso tan grande como los de los ejemplos que les he puesto. Así, el año que algo así ocurre sólo me queda, o tirar de ahorros acumulados en años anteriores, o vender algo que ya no necesito o quiero, o endeudarme. Y al Estado le puede y le debe pasar lo mismo. Un año determinado -porque hace un gran gasto extraordinario- necesita, o vender algo o endeudarse, porque lo de tirar de ahorros en el caso del Estado va a ser que no.

Sin embargo, de lo que sí me aseguro en mis finanzas personales es de que mis gastos corrientes (comer, vestir, educación, un poco de ocio, por ejemplo) no superen a mis ingresos. Eso me asegura mantener mi nivel de vida, que podrá ser mejor o peor, pero es el que puedo mantener, y me permite hacer frente a esos grandes desembolsos de los que les hablaba, cuando vienen o son necesarios. Y esto es lo que me parece que no está haciendo el Gobierno actual. Sus gastos corrientes comienzan a superar peligrosamente a sus ingresos corrientes. Es cierto que sus ingresos podrían mejorar en el futuro si la situación económica se recupera, y que determinados gastos, como el desempleo, podrían reducirse, pero también es posible que eso no llegue a ocurrir, o al menos no llegue a ocurrir en las cantidades necesarias para asegurar la viabilidad financiera del Estado.

Lo que me preocupa es la tendencia de este Gobierno, de los anteriores y de todas las Administraciones Públicas en general, a asumir cada vez más compromisos de gasto corriente prometiéndonos nuevos servicios, muchos de los cuáles no pueden considerarse como de primera necesidad, servicios que además no les hemos pedido, y que bien podrían ser dados por el sector privado a aquéllos que los soliciten y los paguen.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 27 de octubre de 2009

Recuperar los derechos de la propiedad

Ayer publicaba Financial Times un interesante suplemento acerca del futuro de los mercados financieros tras la crisis que nos invade, la primera del siglo XXI. El suplemento se fija en las discusiones que se mantienen actualmente sobre qué es lo que falló para llegar a la crisis actual. Así, se vuelve sobre el tópico de si lo que falló fue el déficit de regulación -lo que no es cierto porque ningún sector está más regulado e intervenido que el bancario- o si fueron los supervisores de los mercados, que no se enteraron de nada, lo que cuesta creer porque es difícil que todos los supervisores del mundo sean malos, y todos a la vez.

La crisis, ya lo he dicho alguna vez, la provocaron los bancos centrales con una política monetaria inadecuada que volverán a repetir antes o después. La reforma legal que requieren los mercados no es un aumento de los controles y la intervención pública o de los poderes de los supervisores, que ya son grandes. La reforma legal habría que aplicarla al sistema de bancos centrales que padecemos y que permite aumentar y disminuir la cantidad de dinero en circulación por la simple voluntad de la dirección política de un país o de un grupo de expertos. La emisión de dinero tiene que estar al margen de la decisión de nadie, y deberíamos abandonar el sistema actual de emisión fiduciaria en favor de un sistema basado en un patrón real, bien sea metálico como el oro -como ha sido clásicamente-, bien sea otro patrón.

Otra reforma más agresiva sería la posibilidad de desnacionalizar el dinero, es decir, permitir la emisión privada de dinero. No se escandalicen diciéndome que cómo propongo esto tras la crisis. Es que la crisis no ha sido un fallo del mercado, como afirman los políticos, sino del intervencionismo que siempre que falla lo achaca a la escasez de dicho intervencionismo y exige más intervencionismo aún como solución. Sin embargo, sí he encontrado en el suplemento de Financial Times de que les hablaba una propuesta interesante: uno de los problemas de la crisis ha sido la indolencia de los propietarios. Dicho de otro modo: los propietarios de las grandes compañías no han hechos sus deberes. Es difícil hacerlos en esas grandes corporaciones, pero además la legislación lo dificulta y a los directivos de dichas instituciones no les gusta estar controlados por los dueños de las mismas, que muchas veces son fondos de pensiones y fondos de inversión o, lo que es lo mismo, nuestro ahorro. Tal vez ésta sea la reforma que necesitamos: recuperar los derechos de la propiedad

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 26 de octubre de 2009

Más formación no implica menos paro

Es cierto que los segmentos de la población con mayores niveles de formación sufren menores tasas de paro que los segmentos con menores niveles. También es cierto, como afirman el Gobierno y los Sindicatos, que las personas con menores niveles de formación son la mayoría de las que se están incorporando al paro. A partir de aquí se construyen algunas conclusiones que aparentan ser lógicas, que no se dicen en alto, pero se dejan sobrentender: lo que los parados necesitan es formación, y la culpa del paro la tienen muchos de ellos por no haberse formado suficientemente. Y también -¿por qué no?- que no puede considerarse parado al que no reúne los requisitos mínimos de formación para incorporarse al mercado laboral, por lo que, mientras usted reciba formación, no es un parado.

Pero todo esto es falso, y es el modo típico de razonar de los que nunca tienen la culpa de nada. Si mayor nivel de formación de una población implicara necesariamente menos paro, no habría paro en una población en la que todos fuéramos doctores en algún arte o ciencia. Las estadísticas nunca han demostrado que una población con más titulados tenga menos paro. Lo que han demostrado es que los trabajadores, cuanto más cualificados están, más productivos son en general, por lo que los empresarios los prefieren sobre los menos formados. Pero los empresarios sólo contratan cuando tienen una demanda que atender. No contratan trabajadores porque tengan más o menos títulos, si no los necesitan.

En España, hemos creído que la solución para el paro estructural que padecemos era, por lo tanto, la formación. Si todos estuviéramos cargaditos de títulos y de formación, no habría paro. Los Gobiernos, por tanto, se han centrado en la formación en lugar de en las condiciones para la creación de empleo, y así los hechos contradicen el acierto de sus medidas: durante el último periodo de auge económico, lo que se demandaba era, en general, mano de obra de escasa cualificación.

Por otro lado, si bien el nivel de formación reduce las posibilidades de caer en el desempleo, no asegura un empleo acorde con la formación del trabajador. Es decir, no se trata de la formación por la formación, como a veces parece cuando uno ve las ofertas de cursos del INEM, de los sindicatos o de los ayuntamientos, por ejemplo. Un empleo acorde con la formación del trabajador, necesita que alguien, el propio trabajador muchas veces, lo cree. Y ahí usted no encontrará tanta ayuda como si quiere llenar el salón de su casa de titulines con los escudos de los sindicatos para enseñar a sus visitas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 23 de octubre de 2009

Liberalismo

Pues por fin es viernes, así que, como ya les dije la semana pasada, aprovechen a acercarse a una librería y adquieran el libro que les voy a recomendar para seguir avanzando en su formación económica. Les aseguro que si han hecho con interés la lectura del que les recomendé la semana pasada -Camino de Servidumbre, de Federico Hayek-, ya saben más economía que alguna defensora de los presupuestos generales del Estado y su jefe juntos.

Pues bien, esta semana les quiero recomendar un libro sin complejos. Un libro con el que, si no forran la portada para tapar su título, epatarán en cualquier central sindical mayoritaria a la que se acerquen. El libro se llama Liberalismo. Sí, he dicho bien, Liberalismo. Y su autor es probablemente el único economista liberal francés que existe: Pascal Salin. No me hablen de Maurice Allais, el único economista francés premiado con el Nobel, porque no es realmente un liberal.

Las tres primeras partes del libro son un buen tratado sobre lo que es la economía y cómo funciona. La cuarta y quinta parte, muy interesantes, pueden ser precindibles si de aquí al viernes próximo no se lo han leído y quieren continuar con las lecturas que les recomiendo. No cabe duda de que Salin, el autor, es un peligroso individuo que afirma que hay principios universales, que el liberalismo es un humanismo, y que no hay una economía de derechas y otra de izquierdas, sino una economía científicamente correcta y otra plagada de fantasía, de conformismos y de vacuo voluntarismo.

Esta última afirmación es muy interesante porque es la que explica por qué los gobiernos que aplican recetas liberales suelen mejorar la situación económica general, mientras que los que aplican recetas socialdemócratas e intervencionistas, no. No es porque los primeros sean mejores gestores o más honrados. Es, simplemente, porque saben economía, mientras los segundos no. No hay médicos de izquierdas y médicos de derechas, sino médicos que saben Medicina, y el conocimiento no está precisamente en el lado del corazón. Y es que, como afirma Salin, el liberalismo es verdad porque se apoya en una visión realista del hombre y de las relaciones sociales.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 22 de octubre de 2009

Economía sostenible y el fracaso de los biocombustibles

Les dije ayer que probablemente el dólar superaría el cambio de más de dólar y medio por euro, y así ha sido. No crean, por eso, que acierto siempre. Más bien al contrario y, además, como ya les he dicho alguna vez, el trabajo del economista no es pronosticar. Bien, vamos a la faena.

Quiero hablarles de economía sostenible, que es un tema de moda entre la ecoprogresía que nos aflige y, en concreto, sobre el desastre que ha sido el tema de los biocombustibles. Los biocombustibles fue una moda muy verde porque permitía fabricar combustibles a partir de cereales y otras producciones agrícolas tradicionalmente utilizadas para el consumo humano. Era muy verde porque reducía las emisiones de gases contaminantes que producen los combustibles fósiles como es el petróleo. Y era muy progresista porque trasladaba la riqueza desde las petroleras a los agricultores.

Pero ¿qué podíamos esperar de que los campos se roturasen para plantar cereales no para la alimentación, sino para producir combustible? Pues un aumento del precio del cereal que en determinadas áreas del planeta lo puso a unos precios prohibitivos para la población. El caso más flagrante fue el del maíz, en México. Los pobres no podían pagar sus famosas tortillas porque los ricos lo usábamos para calentarnos más barato que con petróleo. El suelo agrícola subió de precio también, lo que dificultó el acceso a la propiedad del mismo, y los países productores de petróleo -que no son ricos precisamente- vieron sus ingresos disminuidos a favor de los grandes productores de cereal: Estado Unidos y Rusia.

Esto no tendría importancia para los que creemos en que está bien que la riqueza cambie de manos, si no hubiera provocado hambre con la ayuda pública y la buena conciencia con que suele contar todo lo que suena a verde. Si no me creen léanse un informe muy interesante sobre el tema en el último número de la revista misionera Mundo Negro, que viene a contar algo que un buen economista habría previsto, pero nunca un ecoprogresista teñido de prejuicios.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Y el dólar por los suelos

Pues ahora todo el mundo se queja de que el dólar está muy bajo, a punto de alcanzar un cambio de 1,5$ por euro -tal vez lo haya alcanzado mientras escribo esta reflexión- y algunos dicen que se pondrá a medio euro el dólar. Así que de todas partes se oyen voces que solicitan a la Administración económica norteamericana que aplique unas políticas que lo aprecien, porque dicen que así no podemos seguir.

La verdad es que para que el dólar subiera tendrían que cambiar muchas cosas en la política de los Estados Unidos. Para empezar, habría que reducir el déficit público -el segundo mayor del mundo avanzado, sólo por debajo del de Gran Bretaña-, y eso no parece que pueda ocurrir en el corto plazo con tanta ayuda pública y el plan de sanidad pública y universal que pretende sacar adelante en el Senado el presidente Obama. Por otro lado, el aumento de la masa monetaria que reflejan tipos de interés en dólares cercanos al 0%, hace que con el dólar ocurra lo mismo que con cualquier otra cosa que abunda: que vale poco. El déficit comercial norteamericano tampoco ayuda: es el mayor del mundo en términos absolutos y el tercero en términos relativos entre las primeras cuarenta y dos economías del mundo, sólo superado por España y Grecia, y en ese orden.

Vamos, que los norteamericanos han financiado su déficit público -lo que su Estado debe a los tenedores de deuda pública americana- y su déficit comercial -lo que los norteamericanos nos deben al resto del mundo-, imprimiendo esos famosos trozos de algodón al 75% y lino al 25%, de color verde, por los que el resto del mundo pierde el sentido. Especialmente China, que es el mayor tenedor extranjero de dinero y deuda pública norteamericana.

Tal vez la causa esté en las declaraciones del ministro chino de finanzas la pasada primavera, en las que venía a decir que eran los mayores acreedores de los Estados Unidos y que esperaban poder cobrarlo todo. Unas declaraciones así, y viniendo de quien venían, estarán conmigo en que como mínimo producen desazón, pues ya saben que el que habla en alto lo que intenta es espantar sus fantasmas, y está claro cuál es el fantasma del ministro chino. Y es que tal vez el problema del dólar sea la confianza en el hombre que ha ganado el último premio Nobel de la Paz.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 20 de octubre de 2009

Fusiones absurdas de cajas de ahorros

Como tras mi comentario de ayer en el que indicaba que la economía española se estaba argentinizando, resultó que el profesor Velarde hizo unas declaraciones en el mismo sentido, le voy a devolver el honor hablando de cajas de ahorros tal y como él hizo. Y como él me dio la razón, yo también se la voy a dar. No voy a resultar menos.

La reforma de las cajas de ahorros en España es una cuestión que comienza a ser urgente. No voy a abogar por su conversión en sociedades anónimas, tal y como ya he escrito alguna otra vez, ni tan siquiera por su despolitización como bien apunta el maestro Velarde. Voy a comentar el absurdo de fusiones de cajas que tenemos en el horizonte.

La fusión no es la purga de Benito de las finanzas que lo arregla todo. Las fusiones son una suma, y la suma de dos o más cosas en mal estado no da una buena. Las fusiones pueden ser buenas cuando al menos una de las instituciones fusionadas está en buen estado y hay complementariedades entre los fusionados. Algo así como en un matrimonio heterosexual. Si no es así, es imposible que haya frutos.

Las fusiones que se están planteando son entre cajas de la misma comunidad autónoma, como modo de que los políticos que ejercen ahora el poder en dichas comunidades, así como los que pudieran sustituirles en el futuro, no pierdan el control sobre la entidad resultante. El problema es que fusionando instituciones que operan en la misma área geográfica, las duplicidades de oficinas y de personal son mayores que de otro modo, pero esto, aunque les parezca lo contrario, no es lo más importante. Lo más importante es que se produce duplicidad de clientes, especialmente de lo que la banca llama clientes de activo o acreditados. Es decir, la exposición de las carteras de créditos a los mismos deudores aumenta con la fusión de instituciones que operan en el mismo territorio. Se produce, no una diversificación del riesgo, sino todo lo contrario: una concentración del mismo.

Parece pues que las fusiones que pudieran funcionar tendrían que ser entre entidades de distintas comunidades autónomas y eso no parece que la casta política lo vaya a permitir, porque quieren controlar las que controlan ahora y las que les tocaría controlar en el futuro.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 19 de octubre de 2009

Política fiscal y populismo

Volvemos a comenzar la semana. Espero que me hayan hecho caso y se estén leyendo el libro que les recomendé el viernes último: Camino de Servidumbre, de Federico Hayek.

Se habrán dado cuenta de que existe todo un abecedario acerca de la crisis económica que padecemos. Unos dicen que será una crisis en V, caída y rebote, y otros que en U, caída, espera y rebote. Entre estas dos opciones se sitúa la mayoría. Pero también se ha escuchado a los que hablan de la crisis en W, o a los muy pesimistas, que hablan de la crisis en L, de cuyo fondo no se sale.

La crisis en L se parece mucho a lo que le ha venido pasando a Japón desde finales de los 80 -ya va para veinte años- y lo que a priori parece que más se asemeja a lo que venimos padeciendo: una crisis generada por una expansión crediticia muy elevada, que termina produciendo una crisis inmobiliaria y de morosidad, de la que se pretende salir aplicando lo que fue el origen del problema: una nueva expansión crediticia. Probablemente así sería si la política monetaria dependiera de un banco central español, a la vista de las actitudes de nuestro actual gobierno. Sin embargo, el Banco Central Europeo parece que podría comenzar a endurecer la política monetaria en unos meses, lo que nos evitaría la L con que se escribe la crisis económica a la japonesa.

Nuestras autoridades, al no disponer de los mecanismos de política monetaria, parecen preferir sobrellevar la crisis a través de la política fiscal y el populismo, mucho populismo. Personalmente, creo que la crisis, más que japonesa, puede comenzar a ser argentina. La crisis argentina no se escribe con ninguno de los alfabetos conocidos en el mundo occidental -lo que antes se llamaba la Cristiandad-, por lo que la letra que explica la situación deben haberla buscado en otro alfabeto. Dado que argentina comienza por A, es probable que hayan escogido la primera letra del alfabeto árabe o alifato, la letra Alif, que es un trazo vertical que se puede alargar hacia abajo hasta que se acaba el papel.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 16 de octubre de 2009

Camino de servidumbre

Pues por fin ha llegado el viernes. Esta semana no pueden quejarse porque hemos alcanzado el fin de la misma un día antes, y eso se nota. Pues bien, dado que tienen ustedes dos días libres y, algunos, esta tarde también, les recomiendo que se acerquen a una librería y que adquieran un libro para iniciarse en el pensamiento económico riguroso: Camino de Servidumbre ,de Federico Hayek, que fue premio Nobel de Economía en 1974.

El libro es de 1944, pero está siempre de actualidad. De hecho se reedita constantemente, tal vez porque su autor se lo dedicó a los socialistas de todos los partidos, aunque éstos no parece que le hayan prestado mucha atención en los últimos 65 años. Sin embargo, no cabe duda de que este libro, que se lee rápido, es uno de los que más ha influido en el mundo, en las últimas décadas. A las malas lenguas les gusta recordar que este libro gustaba mucho a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Ya saben, esa peligrosa pareja que acabó con aquello del comunismo, que también se denominaba el socialismo real -porque en el totalitarismo es en lo que acaba siempre el socialismo-, aunque aquí estemos en los socialismos de Yuppie.

El libro es cortés pero duro, muy duro, con la tendencia a la intervención de los estados -el camino de servidumbre- y rezuma amor por los fundamentos clásicos de la civilización cristiana u occidental, que son lo mismo, la libertad y la responsabilidad individual. El libro, no lo olviden, se escribe en 1944, y concluye hablando de hacia dónde condujeron los políticos al mundo en los cuarenta años anteriores a su publicación: hacia lo que denominaban un nuevo orden. ¿Y cómo acabó ese nuevo orden? Pues creando dos sistemas totalitarios: el nacionalsocialismo alemán y el socialismo real ruso, que iniciaron como aliados la segunda guerra mundial y la acabaron enfrentados, porque sólo uno quería arrogarse la victoria sobre el mundo libre. Al final, los dos cayeron, pero no sean optimistas, porque los abogados del nuevo orden han vuelto. Recuerden por tanto. Este fin de semana, Camino de Servidumbre, de Federico Hayek. Estoy convencido de que él también suscribiría lo que siempre les digo:

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 15 de octubre de 2009

Moodys yerra el tiro

Pues fíjense ustedes que ha llegado un tal Moodys, que uno no sabe si pensar que es un ganster o un local de moda, y ha dicho que la banca española está fastidiada porque va a tener unas pérdidas de 108.000 millones de euros, es decir 18 billones de pesetas para los que va a necesitar provisionar (o lo que es lo mismo retener de sus beneficios) 57.000 millones de euros, 9 billones y medio de pesetas. Pero ¿quien es Moodys? pues una agencia de calificación crediticia, o de rating que se dice. ¿Y qué hace una agencia de calificación crediticia? Pues estimar quien puede o no hacer frente a sus deudas, pero la verdad es que en los últimos años no han acertado mucho, lo que ha permitido a algún amateur de la economía metido a presidente del gobierno decir, y con razón, que lo que digan estas agencias se la refanfinfla.

Pero vamos al tema: ¿y por qué dice que van a tener tales pérdidas? pues porque sus activos, los créditos que han concedido y los inmuebles con los que se están quedando, no valen lo que entregaron por ellos. ¿Y cuál es mi opinión? Pues que Moodys yerra el tiro. El problema para la banca española, especialmente en el caso de las cajas de ahorros, no va a estar en que sus activos valgan menos de lo que pagaron por ellos. Esa pérdida, aunque elevada, muchas entidades, pero no todas, pueden aguantarla. Lo que tal vez no sean capaces de aguantar sean sus gastos corrientes dada la bajada de tipos de interés y los elevados costes de estructura en que han entrado en los últimos años. Esto último, lo de los elevados gastos de estructura es más acusado en las entidades que no tienen dueño o, lo que es lo mismo, que gestionan los políticos y no señalo a nadie porque nunca me gustó ser acusica. Creo que es fácil de entender lo que le puede llegar a pasar a algunas entidades financieras: usted puede soportar que su casa caiga de precio, incluso aunque tenga que seguir pagando la hipoteca, pero no puede soportar que sus gastos superen a sus ingresos. Pero no se preocupen porque ¿para qué creen que se creó el famoso Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (más conocido por sus siglas que recuerdan la onomatopeya del croar de una rana: FROB)? Pues para eso para cubrir los errores de los amateur de la banca que desde la política saltaron a las cajas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Cosas Concretas

Algunos me han oído decir que me gusta hablar de cosas concretas, frente a la tendencia actual de hablar de cosas globales, interrelacionadas y complejas o, lo que es lo mismo: no hablar de nada para confundirnos. Y es que, como dice el gran Vittorio Messori, lo que no es concreto, no es católico, o, para los que no creen, lo que no es concreto, no es verdad.

Pues bien, vamos a hablar de cosas concretas. Las dos últimas páginas de la revista inglesa semanal The Economist suelen ser evitadas por los políticos españoles, sobre todo si están en el gobierno, por la misma razón que a los del Atleti nos cuesta mirar los lunes los resultados y la clasificación de la liga de futbol. Y es que la revista publica toda una serie de indicadores económicos, siempre los mismos, que vienen a ser algo así como la clasificación de las principales economías mundiales. La Champions League de la economía, que diría un aficionado. En dichas páginas salen 42 países, casi podríamos decir que la primera y la segunda división de la competición económica mundial. Por nivel de desempleo, sólo nos gana Sudáfrica con un 23,5%, mientras que nosotros tenemos un 18,5%, pero sin que peligre nuestra segunda posición, pues el tercero es Turquía, con un 13%. Tenemos también un puesto de honor, el tercero, en déficit público, sólo superados por Estados Unidos y Gran Bretaña, en este orden, y con los que constituimos el prestigioso grupo para el que se pronostica más del 10% de déficit antes de que acabe el año. Por déficit por cuenta corriente somos los primeros del mundo, casi un 7% sobre el PIB, pero hemos de espabilar porque Grecia nos pisa los talones.

Finalmente y respecto de la caída de la producción industrial, nuestra posición es más modesta y sólo ocupamos una séptima posición con casi un 17% de reducción, pero a escasa distancia de los mejores puestos. Lo más relevante es nuestra regularidad: salimos mal, se utilice el indicador que se utilice, y los he utilizado todos, a diferencia del resto de los 41 países. Tal vez deberíamos pedirle a The Economist que introduzca los países de tercera división, algo a lo que los del Atleti, sufridores pero con dignidad, nos hemos negado siempre, porque tenemos voluntad de gran equipo. Lo que no puede decirse siempre de nuestros políticos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 13 de octubre de 2009

Hablemos de Economía

Iniciamos hoy la andadura de este blog en el que hablaremos de economía, pero de economía con mayúsculas, no de política ¡que no es lo mismo!, aunque algunos (normalmente los que la han estudiado en dos tardes) las confunden.

¿Y qué pueden esperar de estos artículos? Nunca esperen pronósticos. Si los economistas fuéramos capaces de pronosticar no se lo contaríamos a nadie. ¡Nos haríamos ricos sólo nosotros! La economía no puede hacer pronósticos, pero sí predecir las consecuencias de determinados actos. Sin embargo, apetece más escuchar pronósticos que las consecuencias de nuestros actos. Pronósticos que sólo sirven para desprestigiar a los que aventuren una opinión, mientras benefician a los políticos para los que todo es opinable. Deberíamos, por tanto, dedicarnos a razonar sobre lo importante: por ejemplo ¿por qué hay desempleo? Pero vamos a ver un pequeño ejemplo de lo que quiero decir.

Un trabajador contratado por el mínimo interprofesional tiene en España un salario de 624€/mes. Su empleador paga, además, 292,34€ todos los meses a la Seguridad Social, por lo que su coste es de 916,34€ al mes para su empresario. Si éste lo paga, el salario y las cotizaciones sociales, es porque el empleado lo produce. Sin embargo, el trabajador sólo ingresa 578,76€/mes porque la seguridad social aún le descuenta otros 46,24€ todos los meses. Con casi 580€ al mes, el trabajador no ahorrará, lo consumirá todo pero …¡todo lo que compra paga IVA! Por lo que alrededor de 50€ de su salario irán a pagar el IVA. Al final de los 916€ de coste salarial, sólo le quedan unos 525€: el 42% ha ido para las arcas públicas. ¡El 42% para el Estado! No les he demostrado hoy que ese 42% cree paro, pero me reconocerán que la contribución del trabajador legal peor pagado al erario público es desorbitada. Eso creará, cuando menos, economía sumergida. Y la queja, razonable de los empresarios, que quieren pagar menos y que sus trabajadores reciban más, para que gasten más, porque son empresarios, no hermanas de la caridad como los señores de los sindicatos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.