sábado, 10 de diciembre de 2011

El rugby es un juego británico

Reino Unido ha decidido quedarse fuera de los acuerdos tomados ayer en Bruselas. No necesita estar dentro porque tiene moneda propia. El Gobierno británico compite en el mercado de emisores soberanos ajustando sus déficit con el valor de su moneda. Si estos llegan a ser tan excesivos como para poner en duda su capacidad para hacer frente a su deuda, depreciará o devaluará la libra con las consiguientes consecuencias para su población: una inflación continuada en el primer caso, un empobrecimiento súbito de su población en el segundo. En cualquier caso, los electores británicos sabrán a quien pedir responsabilidades: al inquilino de 10th. Downing Street.

Los Estados de la zona euro competían hasta ahora por un mecanismo que, si me apuran, era todavía mejor: como no podrían emitir la moneda en que estaban cifradas sus deudas, el mercado les iba, como a cualquier emisor privado, cerrando la financiación hasta llegar, incluso, a la suspensión de pagos. No les ha gustado nada la posibilidad que casi han llegado a experimentar. La solución: el pacto fiscal. Si dicho pacto se llevase hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta la constitución de un presupuesto público consolidado de todas las administraciones de la Unión y un único obligado último al pago de la deuda de la misma, estaríamos de enhorabuena. A partir de ahí, el Gobierno de la Eurozona competiría con su moneda y sus déficit con los otros Gobiernos del mundo. Tendríamos que plantearnos, entonces, algún sistema de elección popular del gobierno común, responsable ante los ciudadanos de las políticas presupuestarias llevadas a cabo. Sin embargo, no es este el sistema por el que se opta.

Los Gobiernos nacionales europeos han preferido, una vez más, un acuerdo de compromisos de déficit (recuerdan donde quedó el del 3%) e independencia presupuestaria. Eliminan así la competencia entre Estados, al menos dentro de la Unión. La competencia entre Estados es una de las bases de nuestra libertad, aunque no lo crean. Ya que no siempre podemos votar con las manos, déjennos, al menos, votar con los pies como, por otro lado, están haciendo muchos de nuestros connacionales y de nuestras empresas abandonando, en ambos casos, España.

Mientras llega el cumplimiento de los nuevos límites que se han impuesto, aseguran el pago de la deuda en circulación con la Facilidad Europea de Estabilización Financiera (FEEF), el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y el recurso, en última instancia al FMI, pero sin cerrar la cifra que podrían llegar a poner a disposición de los tenedores de bonos públicos europeos. Cualquier cosa, antes de permitir la suspensión de pagos de un Estado europeo. Esperemos que en unos años no sea toda Europa la que sea incapaz de hacer frente a sus obligaciones. Más Europa no es Europa una y grande. Europa será la tierra de las libertades mientras nos podamos responsabilizar de nuestras decisiones. Los acuerdos de ayer en Bruselas suenan a una disolución de las mismas en el intricado maremágnum de las instituciones comunitarias. Simplifiquemos las cosas: cada Estado debe hacer frente a su endeudamiento y a sus ciudadanos. Todo lo demás es jugar al rugby: patada adelante cuando la línea del contrincante ha avanzado tanto que nos ha achicado todos los espacios. Tal vez los británicos hayan entendido mejor el juego. Lo inventaron ellos.