lunes, 30 de noviembre de 2009

Lo saludable de las quiebras

Ya tenía yo ganas de escuchar algo así, porque hasta la fecha parecía que sólo un grupo de frikieconomistas (algunos con todos los títulos habidos y por haber) y yo manteníamos lo que ha dicho Miguel Martín, presidente de la Asociación Española de Banca y, lo que es más importante para esto, antiguo subgobernador y director general de supervisión del Banco de España.

¿Y qué es lo que ha dicho Don Miguel? Pues algo muy razonable: que eso de que los grandes bancos no pueden caer es un gran camelo. Lo importante, como ha afirmado en unas jornadas acerca de la regulación de los mercados y la ordenación bancaria, organizadas por la Abogacía General del Estado, es intentar que los riesgos de contagio y los costes sean los menores para el resto del sector. En este sentido, apuntó a lo ilógico que resulta que las entidades que figuran en los primeros puestos del ranking mundial de solvencia sean aquellas que han gozado de la ayuda pública porque estaban en situación delicada, frente a otras como las principales entidades españolas que, como no han estado en peligro, no han gozado de tales ayudas. Y esto, Don Miguel, es extensible a todos los sectores de la economía.

Una compañía necesita tan sólo tener acceso a las autoridades -lo que suele ocurrir cuando es suficientemente grande o está suficientemente bien conectada con la clase política como para ser recibida por un ministro- para que sus problemas comiencen a ser nuestros problemas. De este modo, los estados modernos, con la excusa de solucionar lo que denominan como un fallo de mercado, han creado una clase empresarial que opera al margen del mercado porque nunca pueden recibir la máxima sanción de éste: la quiebra. Sanción que, por otro lado, es muy saludable para asegurar el crecimiento económico general y procurar el bien común que nunca es el bien de unos pocos. La quiebra no es un fallo de mercado, es un mecanismo más del mercado. Cuando se evita por la intervención pública, lo que falla es el Estado que se ha vuelto a meter donde no le importa.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La fatal arrogancia

Pues como es viernes de nuevo ya saben lo que toca: ir a la librería y adquirir un libro. Esta serie de reseñas comenzaron, como recordarán, con Camino de servidumbre, de Federico Hayek, y hoy continúa con el mismo autor y un libro escrito mucho después del anterior pero que puede considerarse la culminación de aquel: La fatal arrogancia. Este texto está escrito por un Hayek ya maduro -fue su último libro- y fue publicado en 1988, cuando el autor tenía 89 años. Le llevó diez años realizarlo, pero no piensen por ello que es un texto largo porque no sólo la claridad es la cortesía del filósofo, sino también la brevedad.

La fatal arrogancia está escrito 44 años después de Camino de servidumbre, y 14 después de recibir el premio Nobel de Economía, muestra y demuestra que la visión política tendente a diseñar y organizar la sociedad mediante medidas coactivas para alcanzar los fines, supuestamente beneficiosos, que las autoridades creen que necesitamos, es un error científico que nos lleva a la descivilización, es decir, al final de la civilización. Es por ello que el subtítulo del libro es Los errores del socialismo. Para Hayek, la civilización nace con la propiedad privada y se desarrolla con el orden espontáneo que caracteriza a la sociedad libre, en la que los individuos intentan alcanzar sus fines interactuando con los demás. Los socialistas, o constructivistas como prefiere llamarlos muchas veces el autor, creen conocer lo que es mejor para el conjunto e intentan imponerlo a los individuos que lo conforman, por ello, la fatal arrogancia.

Todo el libro es muy interesante, pero de manera especial el capítulo último -apenas diez páginas-, en las que Hayek, agnóstico declarado, explica que sólo las religiones que defienden la familia y la propiedad han sobrevivido (por lo que el autor auguraba la pronta caída del comunismo como religión un año antes de la del Muro de Berlín) y que el valor de la moral asociada a dicha defensa y su personificación antropomórfica en Dios, son la causa de la sobrevivencia de la sociedad libre, por lo que anima a los creyentes a continuar en la búsqueda de la verdad, porque de ello puede depender la supervivencia de nuestra civilización. Personalmente creo que esa perseverancia es la oración. Recuerden el libro: La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, de Federico Hayek.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Economía sostenible e inflación

Uno de los problemas más graves de nuestra política económica es que los gobiernos intentan alcanzar objetivos incompatibles. Algunos de estos objetivos son incluso mandatos constitucionales, como son la planificación gubernamental de la economía y el impulso de la iniciativa privada y la libertad de mercado. Incompatibles porque la economía planificada termina por reducir el espacio para la libertad económica hasta la nada. Pero otro día hablaremos de eso. Hoy quiero hablarles de economía sostenible e inflación.

Nuestras autoridades monetarias confunden en ocasiones la inflación, que no es sino una subida general de precios como consecuencia de un aumento del dinero en circulación, con la variación relativa de los precios, y ello por culpa de los índices con los que trabajan. Así, cuando el petróleo sube, los índices suben y deciden que hay que hacerlos bajar, por lo que reducen ese dinero que previamente emitieron. Esto es un absurdo. La subida del petróleo, más que el resto de los precios, es una importante información al mercado que anima a dejar de consumir petróleo e incentiva la investigación. En concreto, anima a conseguir máquinas más eficientes o que usen otro tipo de combustibles. Esto es ecología o sostenibilidad de la buena.

Ahora bien, si lo que hacemos es bajar el precio del petróleo, junto con el resto de los precios de la economía mediante la reducción del efectivo circulante, sólo hay un modo de que el sector privado emprenda la actividad investigadora: subvencionándola. Si todo acabara aquí, no sería lo peor. Lo peor es que los resultados alcanzados con la investigación subvencionada no se pondrían en funcionamiento porque el petróleo está barato. Como ven, un absurdo. ¿Quieren sostenibilidad?, ¿quieren ecología?, pues dejen de intervenir en las variaciones relativas de los precios y verán cómo la iniciativa privada les soluciona muchos problemas.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El dinero como solución

Lo peor de la Ley de Economía sostenible no es su absoluta vacuidad, sino que el Gobierno dice que necesita diez años para llevarla a cabo. Imagínense diez años con un Gobierno presidido por un individuo que creía que en dos tardes se podía aprender Economía y que luego despidió a su maestro tras acabar la primera. Pero vamos al tajo.

El individuo que nos preside, dejando al margen la vacuidad a la que nos tiene acostumbrados y de la que ha hecho gala en la defensa de la nueva ley, da como mejor argumento de la bondad de la misma que en 2010 se realizará un desembolso de 20.000 millones de euros en investigación, desarrollo e innovación. Ese importe, unido a otros 5.000 millones para la sostenibilidad local y el empleo, elevan la inversión pública a una cifra sin precedentes. Y eso es todo lo que nos puede decir. Esta forma de razonar es muy típica de la ecoprogresía que nos aflige: los problemas económicos se arreglan con dinero, mucho dinero. La solución de los problemas del mundo es el dinero. Un absurdo a todas luces porque de lo que trata la economía no es de que podamos adquirir todo lo que nos plazca, lo que a todas luces es imposible, sino de cómo ordenar nuestras necesidades para satisfacer, con unos recursos limitados, las más posibles, comenzando por las que consideramos más perentorias.

Que el Gobierno se gaste 25.000 millones de euros, incluso en actividades que gozan de la simpatía de todos, no asegura nada si el dinero se gasta mal. Por otro lado: ¿por qué en lugar de cobrarnos impuestos ahora y de cargar a nuestros hijos con deuda, no nos deja los 25.000 millones en nuestros bolsillos para que decidamos con nuestros recursos qué necesidades queremos satisfacer? El gasto y el ahorro privado que ello generaría no tiraría de la demanda menos que el público, nos satisfaría más porque nos lo gastaríamos en lo que queremos, nos haría responsables de nuestras decisiones y, por último, reduciría las posibilidades de corrupción que siempre existen cuando las autoridades orientan a qué fines van a dedicar nuestros impuestos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cambiar la Constitución

Nos suele gustar mucho hablar en España de la necesidad de reformas estructurales cuando mantenemos un debate sobre nuestra situación económica. Es realmente un modo de no hablar de nada, porque lo primero en lo que se pierde el tiempo es en definir qué aspectos de la economía necesitan una reforma estructural. La reforma estructural de la economía española es la Constitución que, en los artículos 128 al 136, intenta conciliar objetivos y medios incompatibles como son, por ejemplo, la planificación de la economía por parte del Estado con la libertad de iniciativa privada.

La planificación de la economía es un error científico, como han demostrado desde hace al menos más de setenta años insignes profesores de economía como Mises, Hayek o Ropke, a los que la historia dio la razón el día que cayó el Muro de Berlín y se vio el éxito económico que supuso dicha planificación, pero es que, además, siempre acaba expulsando a la iniciativa privada que termina por desaparecer. Pero no tenemos que irnos a ejemplos de tanto calado para entender que las actuaciones públicas en materia de economía están llenas de inconsistencias que las hacen, no voy a decir inútiles, sino perniciosas. Por ejemplo: ¿qué sentido tiene un impuesto progresivo sobre la renta, que intenta reducir, en teoría, las diferencias entre ricos y pobres, cuando el Estado promueve a su vez un sistema de loterías que en un golpe de suerte hace un rico de la nada?.

Pero no piensen que lo que me parece mal es la lotería, porque no. Lo que me parece realmente impresentable es el impuesto progresivo y la excusa con la que el Estado lo justifica. La última de estas actuaciones absurdas tiene su base en materia de política de sanidad pública -política que en los próximos años se convertirá en la base de la opresión-, y que afecta a las libertades individuales y a la libertad económica: el Gobierno va a prohibir a las cadenas de hamburgueserías regalar a los niños un juguete por consumir en sus restaurantes. Si las hamburguesas son tan malas o las cadenas engañan en su publicidad, prohíba las hamburguesas o su publicidad, pero ¿por qué impide al comerciante promover su negocio honradamente? Más publicidad engañosa hubo en la promesa de los 400 euros en las últimas elecciones.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Teoría de la Economía

Al fin es viernes, así que ya saben lo que espero de ustedes esta tarde para los que disfrutan del fin de semana desde el mediodía, y mañana para los que lo comienzan esta noche: vayan a la librería y adquieran un texto. El de esta semana no es un texto largo -como ninguno de los que les he recomendado hasta la fecha a excepción del del profesor Salin-, pero sí es posible que sea un poco más complejo. No por la incapacidad del autor de expresarse, pues hay que reconocer que el profesor Wilhem Ropke escribe como los ángeles, como todo ese conjunto de profesores alemanes y austriacos que tuvieron que abandonar la Alemania Nazi y que no se confundieron: el enemigo del nazismo no eran los comunistas, competidores de los primeros por un mismo público ideológico y que sólo desarrollaban entre sí un enfrentamiento entre dos familias socialistas y, por tanto, totalitarias. El enemigo del nazismo era la sociedad libre de Europa Occidental, Estados Unidos e Inglaterra de manera muy especial.

El libro se llama Teoría de la Economía, y se acaba de reeditar, si bien en ediciones anteriores recibió el título en español de Introducción a la Economía. El libro está escrito con cariño, con el cariño del profesor que escribe el libro que hubiera querido tener cuando se inició en el estudio, como nos reconoce el profesor Ropke en la introducción. Esto y su longevidad como texto -fue escrito hace más de sesenta años- es una garantía de la calidad del mismo. El libro tiene la complejidad que conlleva siempre un análisis hecho por un alma fina sobre los problemas sociales.

Les recomiendo especialmente los dos primeros capítulos, claramente deudores del análisis que de la economía hizo nuestra Escuela de Salamanca en los siglos XVI y XVII, y les puede ayudar mucho a entender el funcionamiento de las realidades más cercanas como, por ejemplo, por qué el agua es barata a pesar de su necesidad y con frecuencia escasez y, sin embargo, los bienes superfluos suelen ser caros a pesar de su escasa demanda y suficiente oferta. Léanlo con atención, es una delicia. Recuerde: Teoría de la Economía, de Wilhen Ropke. Él también les habría dicho:

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La desfachatez del Banco de España

El intervencionismo de los políticos no tiene límites, y uno no sabe si llega a la osadía por desvergüenza o por ignorancia. Ahora, el vicepresidente de la Generalidad valenciana dice que las cajas de la región no admitirán presiones externas, y ha añadido, muy ufano: “vengan de donde vengan”. Y claro, dicho así, uno casi siente conmiseración y admiración por un hombre que no acepta las presiones externas y que se convierte en un defensor numantino de algo. Pero ¿qué es lo que defiende? ¿Y de dónde vienen las presiones? Empecemos por estas últimas.

Las supuestas presiones vienen del Banco de España; más bien, habría que decir que, más que presiones, son las intenciones del supervisor, que algo sabrá de banca o, al menos, muy probablemente, más que el señor Camps. Y las intenciones del Banco de España no parecen en principio aviesas: lo único que quiere es buscar una solución a los problemas de solvencia de algunas entidades valencianas, haciendo lo que podríamos denominar una fusión impropia con otras cajas a través de lo que se llama legalmente un Sistema Integral de Protección (SIP). Pero, claro, como el Banco es de España y no de Valencia, tiene la osada idea de que lo mejor es fusionar las cajas valencianas con otras de Madrid o Galicia -¡qué desfachatez la del Banco de España!- en lugar de con otras valencianas, como propone el señor Camps, imagino que para salvar la valencianidad de la entidad resultante.

No voy a entrar a discutir si la medida del Banco de España es la correcta o no, aunque ustedes me han oído decir que las fusiones no son la panacea y que las únicas que tienen sentido son las interregionales, como propone el supervisor ahora. Lo que sí voy a criticar son las declaraciones del señor Camps, faltas absolutamente de racionalidad económica y llenas de regionalismo como excusa para conservar el poder que una entidad financiera da al que la dirige, y ya saben ustedes que las cajas las dirigen los políticos, si no en beneficio propio sí, al menos, en beneficio del partido. No soy de los que defienden la conversión de las cajas de ahorros en bancos, pero sí de sacarlas del control político. Actitudes como las del señor Camps, que se dan en todos los partidos que controlan una caja regional, terminarán con las cajas de ahorros antes de que otros profesores de economía les convenzan de la necesidad de transformarlas en bancos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Seguridad laboral vs. economía flexible

Lo único malo de escribir de economía a diario es tener que leer todos los días la prensa, especialmente la económica, para encontrarse con declaraciones como las que hizo ayer la cuarta peor ministra de Economía, de un ranking de 19 que publicó ayer Financial Times. Declaraciones hechas en la Comisión Mixta de las Cortes para la Unión Europea y que decían: "la flexiseguridad busca avanzar hacia una 'economía dinámica' con plenas garantías de seguridad laboral para los trabajadores". ¿Y esto qué quiere decir? O mejor aún: ¿quiere decir algo? Pues no. Sólo es una hermosa frase que no compromete a nada, no afirma nada y es inatacable porque ¿quién está en contra de una economía dinámica o de las plenas garantías de la seguridad laboral? Y, por otro lado, ¿qué es eso de la flexiseguridad? Un término que suena tan tranquilizador como lo del 'sexo libre y seguro' para combatir el SIDA.

La única verdad está en el análisis de los datos: España tiene un 19% de tasa de desempleo, la segunda más alta entre las cuarenta y dos principales economías del mundo, y que en los mejores años apenas bajaba del 10%, y era también de las más altas mientras importábamos cinco millones de inmigrantes para cubrir nuestras necesidades de mano de obra. Es decir, somos un buen ejemplo de que la intervención pública sólo genera distorsiones: parados por un lado y necesidad de trabajadores extranjeros. El problema de las políticas intervencionistas que aplica este Gobierno, y el anterior, aunque en menor medida, es que pretenden de manera simultánea objetivos incompatibles: la seguridad laboral más absoluta no es nada flexible y, lo que es peor, crea una economía nada dinámica, y si no, piensen en el bloque soviético, donde no había paro ni se movía nada. Pero lo peor no es eso: la seguridad laboral más absoluta es la del esclavo y ésa, sin lugar a dudas, es la que pretenden esos sindicatos que se manifiestan con el Gobierno contra los empresarios. ¡País de locos! Pero eso sí, al menos tiene gracia.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 17 de noviembre de 2009

Pero Europa no la quiere (inflación)

Vamos a volver con el tema de la inflación de la que hablamos ayer. Recuerden que les dije que ahora mismo el Gobierno necesita la inflación para conseguir una pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores con el que reactivar la economía sin reducir nominalmente los salarios. Es por ello que les decía que las autoridades se reservan, a través de su banco central correspondiente, el monopolio de emisión de dinero como modo de manejar dicha inflación.

El problema para el Gobierno español actual es que la autoridad monetaria ahora no es nacional -el Banco de España- sino paneuropea: el Banco Central Europeo. Así, las decisiones sobre el volumen de la base monetaria y, por ende, sobre la cantidad de dinero en circulación, no se realizan ajustándose a las necesidades de un país concreto. Esto puede coger a nuestro Gobierno con los dos pies cambiados si, como viene ya apuntándose por el Banco Central Europeo, es muy posible que para mediados del año que viene los tipos de interés suban o, lo que es lo mismo, la liquidez disminuya o, lo que es lo mismo, se reduzca la inflación que las autoridades españolas necesitan para combatir la crisis.

Así, nos vamos a encontrar con una situación digna de estudio porque nuestras autoridades van a ver desarrollarse una política monetaria contraria a nuestros intereses, dentro de este absurdo que es el sistema de banca central con que nos hemos dotado, y que como Gobierno de España sólo dispone de la política fiscal para utilizarla en el único sentido que conoce: aumento continuado del déficit. Creo que, como el otro día afirmaba el profesor Velarde, España está en un momento crítico de su historia económica, y la dirección que se tome ahora puede condicionarnos en las próximas décadas después de los magníficos últimos cincuenta años, con sus dientes de sierra, y que comenzaron con el fin de la autarquía. De la tentación argentina de los gobiernos populistas, quiera la Providencia liberarnos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El Gobierno necesita inflación

El viernes publicó el Instituto Nacional de Estadística el último dato de inflación en España. Por octavo mes consecutivo el dato de inflación ha sido negativo, es decir, el nivel general de precios ha descendido. El Gobierno lleva todo este periodo insistiendo en que acabaremos el año con inflación, o lo que es lo mismo, anunciándonos que finalmente los precios subirán, y anunciándonoslo como si el problema fuera que los precios están cayendo. Recuerden ustedes que cuando los precios suben mucho también los gobiernos lo consideran un problema, por lo que parece que lo bueno, según nuestros gobernantes, es que los precios suban pero poco. La verdad es que todo este razonamiento no es sino fruto de la falta de base científica con la que nuestros gobiernos se enfrentan a los problemas monetarios.

La inflación existe por culpa de que las autoridades públicas, los bancos centrales en concreto, tienen la capacidad de decidir la base monetaria o, dicho de otro modo, de emitir moneda. Si la emisión de moneda estuviera ligada a un patrón metálico, el oro por ejemplo, esto no ocurriría. No les hablo si contemplásemos la posibilidad de emisores privados de moneda como otra solución a este problema. Por otro lado, en ausencia de inflación, lo que siempre ocurriría es que los precios relativos no se mantendrían estables o, en román paladino, que unas cosas subirían en una proporción y otras en otra y que, además, habría cosas que bajarían, y contra esos movimientos no se debe luchar, como parece que pretenden a veces las autoridades. No se debe luchar porque esas variaciones dirigen la actividad económica, indicando qué hay que producir y qué no, y en qué cantidades.

Pero dejemos esta parte de la discusión y centrémonos en por qué el Gobierno desea tanto la inflación, bajo la excusa de que la deflación es un problema cuando sólo es un síntoma de la crisis. Pues bien, el Gobierno necesita rebajar los costes salariales para reactivar la economía -máxime cuando los precios están cayendo- y sólo tiene un modo: la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Esta es una de las razones por las que las autoridades se reservan la capacidad de emisión de moneda: crear en cada momento la inflación necesaria para reducir el poder adquisitivo de los salarios sin reducirlos nominalmente.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Raíces cristianas de la economía de libre mercado

Pues ya ven, otra semana que llega a su fin y, como siempre, les remito a la librería para que aumenten su cultura económica. El libro que les recomiendo y que recientemente se ha reeditado, está escrito por un profesor argentino, Alejandro Chafuen, emigrado a Estados Unidos después de años de docencia en su país natal. La verdad es que no sé muy bien si el profesor Chafuen sabe más de Economía por lo mucho que ha estudiado o por lo que ha observado en Argentina, donde se han cometido durante los últimos setenta años todos los despropósitos que llevan a una nación a caer desde las más ricas del mundo a las puertas del tercer mundo, sin coger el atajo que para eso es, siempre, el comunismo.

El libro es, además, muy interesante para que los españoles descubramos las aportaciones de nuestros intelectuales a la Economía como ciencia, mucho antes de que Adam Smith publicara, en 1776, La riqueza de las naciones. Se titula el texto que les recomiendo Raíces cristianas de la economía de libre mercado, y en él se tratan, convenientemente agrupados por temas, las aportaciones de los escolásticos españoles del Siglo de Oro, comenzando por Francisco de Vitoria y terminando por Francisco Suárez -por citar a dos de los más destacados al comienzo y al final del periodo-, y que constituyen la denominada Escuela de Salamanca. Llamada así por sus comienzos, aunque luego terminó desarrollándose en la portuguesa de Évora y en la de Alcalá de Henares, de cuyo claustro me honro en formar parte.

El libro habla de raíces cristianas porque todos los autores eran sacerdotes que aplicaron el verdadero espíritu científico -la búsqueda de la verdad- a las realidades sociales que les circundaban, y de las que la Economía, como el Derecho, era una de las fundamentales. Es especialmente interesante el capítulo dedicado a la Teoría Monetaria, donde el Padre Mariana ya anticipa lo que posteriormente será la teoría cuantitativa del dinero y muchos de los males que nos afligen con la crisis. El Padre Mariana es más conocido por su defensa de la limitación del poder y la justificación del tiranicidio, pero no porque entre las causas que justifican el mismo está la alteración del valor de la moneda, algo a lo que los banqueros centrales dedican hoy sus días sin mayores consecuencias. Recuerden, pues, el libro Raíces cristianas de la economía de libre mercado, de Alejandro Chafuen.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Ganan demasiado los futbolistas?

Esta semana, con eso de que un equipo modesto ha eliminado a uno más grande -y no doy nombres por no profundizar en la herida-, hemos vuelto con el discurso demagógico de que no hay derecho a que un futbolista gane lo que gana, y todos nos hemos rasgado convenientemente las vestiduras. Lo único que se ha oído decir que tiene sentido es que la culpa la tiene el mercado, pero los que han dicho eso no han caído en la cuenta de que el mercado somos todos.

Los futbolistas en España ganan mucho no porque ellos lo exijan a sus clubes -como podría parecer- y luego los clubes lo repercutan al público, de tal modo que si estuvieran dispuestos a cobrar menos, ir al fútbol sería más barato. Esta forma de razonar de los economistas clásicos forma parte de los errores del marxismo en economía, que ahora que celebramos la caída del Muro de Berlín sabemos que fueron muchos.

La verdad es la contraria: como nos gusta mucho el futbol y estamos dispuestos a pagar altas cantidades por asistir a los estadios, ver partidos en la televisión o por la información deportiva, los clubes disponen de grandes sumas con las que intentan atraer a sus equipos a los mejores jugadores. Dicho de otro modo: no son los costes los que determinan los precios, sino al reves: los precios los que determinan los costes. En el fútbol español los costes son elevados porque los consumidores están dispuestos a pagar altos precios. Si a los españoles lo que les gustara fuera pasar las tardes de los domingos escuchando a dos profesores de filosofía disertar sobre la fenomenología de la escolástica tardía, por decir algo, y la audiencia fuera como la que acompaña hoy un partido de la selección, y los niños vistieran camisetas con el busto de su filósofo favorito, los futbolistas ganarían bien poco y los profesores de filosofía serían multimillonarios.

Vuelvo al comienzo: la culpa la tiene el mercado, pero el mercado no es más que un mecanismo que nos devuelve debidamente ordenadas lo que son las preferencias del conjunto social, y está claro que a los españoles les gusta más el fútbol que el arte románico, la música de cámara o la filosofía tomista. Así, que la próxima vez que alguien se queje de que los futbolistas ganan mucho, pregúntele si los libros le parecen caros. La respuesta le aclarará mucho.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

En defensa de Defensa

Como periódicamente me gusta defender algo políticamente muy incorrecto, ahora que el tema de los presupuestos generales del Estado, el gasto público, y otras cuestiones adyacentes están en boga en los mentideros públicos, quiero hablarles del gasto en Defensa e, incluso, sin ninguna vergüenza, defenderlo. El ecoprogresismo que nos aflige es pacifista y en los últimos quinquenios se ha esforzado por la reducción del gasto público en Defensa. Es cierto que desde la caída del bloque comunista y hasta el atentado del 11S, el relajo de este gasto tuvo un cierto sentido, pero en España se había reducido más acusadamente y ya venía de antes.

La reducción en defensa se trata como si todo el presupuesto del ministerio correspondiente se dedicara a la compra de armas, lo que no es cierto pero, en cualquier caso, tampoco podemos reducir las adquisiciones de armamento, porque el arma es la herramienta del soldado y no tiene sentido tener un grupo de profesionales sin las herramientas necesarias para ejercer su profesión. Por otro lado, el mal no está en las armas sino en el uso que se hace de ellas, y nuestro ejército está claro que hace un buen uso. Por último, la industria de defensa contribuye al desarrollo posterior de muchas aplicaciones civiles, como el microondas o los sistemas de estabilidad de vehículos, además de ser una gran generadora de empleo de mucha calidad porque suele exigir alta cualificación. Este último aspecto es muy relevante y se ha olvidado con mucha frecuencia en nuestro país, lo que nos ha generado no pocos conflictos con los sindicatos que, por un lado exigían el mantenimiento de los puestos de trabajo de la industria de Defensa y, por otro, se apuntaban a cualquier postura política pacifista.

Sin embargo, vamos a abandonar el tema de la industria de defensa y vamos a continuar con el gasto público en defensa. Cuando las posturas pacifistas se han impuesto, como así ha ocurrido, se ha reducido dicho gasto público en defensa, lo que ha reducido el gasto en armamento y medios, tal vez haya reducido también las posibilidades de remunerar adecuadamente a nuestros soldados, pero también, no se nos olvide, ha reducido la idoneidad de los medios de transporte en los que se les ha trasladado, y que tantos problemas nos han dado, o las medidas de seguridad de los vehículos en que se mueven. En cualquier caso, no olviden el viejo adagio latino Si vis pacem para bellum, que Hitler fue candidato al nobel de la Paz, o que cuando Alemania invadió Francia, el Partido Comunista francés pidió a los soldados franceses que desertaran y no lucharan contra un aliado de Stalin y, por ende, de los trabajadores.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Economía no liberal para no economistas y no liberales

Llegó el viernes y este fin de semana es un día más largo para los madrileños, que disfrutaremos el lunes de la fiesta en honor de nuestra patrona, la Virgen de la Almudena. Así que no lo duden y aprovechen para acercarse a la librería y adquirir el libro que les recomiendo esta semana: Economía no liberal para no economistas y no liberales, un magnífico texto de divulgación sobre los fundamentos de la libertad de mercado y el funcionamiento de la economía, que derriba todos los prejuicios que conforman los tópicos que impiden comprender a la ecoprogresía que nos aflige las bondades de la sociedad libre.

El texto está escrito por un simpatiquísimo y joven profesor de economía español en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, Xavier Sala i Martín, probablemente el economista español peor vestido y con más proyección internacional que haya. Si no me creen en lo del mal gusto en el vestir, fíjense en la foto de la portada. Les aseguro que a pesar del espanto que produce no es la peor combinación que le he visto a mi admiradísimo profesor Sala. Todavía se comenta la americana de color verde chillón con un estampado de vacas con la que retiró el premio Rey Juan Carlos de Economía. El profesor Sala es, ante todo, un hombre sin prejuicios, ávido en la búsqueda de la verdad, lo que le permite recomendar a un fondo de caridad norteamericano al que asesora, la entrega de las donaciones a los misioneros católicos en África porque son los mejores gestores que conoce, y eso a pesar de que él carece de convinciones religiosas. Tal vez esa ausencia de convinciones es lo que nos explica que el fondo antropológico del texto sea el más débil de entre los libros que les he recomendado hasta ahora, lo que queda muy claro en el capítulo quinto de la primera parte del mismo que titula Ni en la cartera, ni en la bragueta, y con el que pretende mantenerse al margen de la pelea política tópica entre la izquierda y la derecha.

Así que ya saben, se acercan a la librería y le piden el texto de este forofo del Barça -algunos dicen que podría ser el próximo presidente del club- que es el profesor Sala i Martín: Economía no liberal para no economistas y no liberales, porque les aseguro que van a disfrutar mucho y que un fin de semana de tres días es suficiente para leérselo entero. ¡Y de un tirón!

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El mercado es ecológico

¿Se han preguntado alguna vez por qué determinadas especies animales susceptibles de aprovechamiento por el hombre no están en peligro de extinción, y otras sí? Pues en la mayoría de los casos porque las primeras tienen dueños y las segundas, no. Dicho de otro modo, porque sobre algunas de ellas se ejerce la propiedad privada y en cambio a las otras, como no tienen dueño, se las esquilma. Como ven, el mercado es de lo más ecologista, aunque a los ecologistas no les gusta nada el mercado. Y si no me creen, plantéense qué medio ambiente está mejor: ¿el de la antigua Alemania comunista o el de la antigua Alemania Occidental?

Pero vamos a hablar de ecología y vamos a ver alguna de esas tonterías que de vez en cuando se ponen de moda como el calentamiento global del planeta, que sólo ha servido para que Al Gore se haga rico paseando en avión privado. Ahora resulta que las vacas producen el 18% de los gases de efecto invernadero cuando expelen los mismos desde el interior de su aparto digestivo. Vamos, que no hay nada menos ecológico que una vaca pastando y de seguir con la tontería ecologista, vamos a tener que dejar de tomar chuletones para volvernos vegetarianos. Claro que de ocurrir eso, a lo mejor los que comenzamos a expulsar los gases de efecto invernadero somos nosotros en lugar de las pobres vacas.

El mercado, al que acusamos de todos los males que nos afligen, cuando está libre de interferencias públicas, facilita la responsabilidad de las personas sobre sus actos y, por tanto, sobre su patrimonio, lo que incluye la tierra y los animales. Es cierto que sobre determinados bienes de difícil apropiación privada, como el aire, se ejercen abusos, pero precisamente por eso, porque carecen de dueño. Así, los mecanismos desarrollados para evitar la contaminación del aire en los últimos años, como son los derechos de emisión que cotizan en los mercados, son aportaciones teóricas de economistas que creen en la libertad individual, la propiedad privada y que los contratos están para cumplirlos. La ecoprogresía que nos aflige, si nos descuidamos, nos prohibirá los chuletones primero, y nos dejará sin lechuga después.


Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

martes, 3 de noviembre de 2009

Cuanto más tarde, peor

Como les decía ayer, el pasado jueves el Banco de España en su último informe trimestral indicaba que el problema más grave de la crisis actual es encontrar el momento para retirar las ayudas públicas al sector privado sin que éste se resienta. Ayer, el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Khan, advirtió que dichas ayudas no se podían retirar aún, porque no se vislumbra el fin de la crisis en el corto plazo, por lo que abogaba por su mantenimiento al menos otro año más. Ayer también, cayó la financiera Norteamérica CIT, después de haber recibido ayudas públicas por importe de 2.300 millones de dólares el año pasado.

Pues vuelvo a reiterarles mi opinión al respecto: cuanto más tarden en retirar las ayudas públicas, más larga será la crisis. Cuanto más tarden en retirarse las ayudas, más tardarán en reducirse los déficit públicos que todo los expertos comienzan a ver como una auténtica amenaza a la recuperación futura de las economías occidentales. Así, por ejemplo, volvamos al caso de CIT. ¿No habría sido mejor haberla dejado caer el año pasado, en lugar de enterrar en ella 2.300 millones de dólares del contribuyente? En lugar de cobrar impuestos para ayudar a determinadas compañías -las más grandes que al fin y al cabo son las que tienen acceso a los que ejercen el poder- a costa de asfixiar a las pequeñas y a los consumidores, ¿no sería mejor rebajar los impuestos?.

La política fiscal de las economías occidentales, tan contaminadas de presupuestos socialdemócratas, no cumplen (de hecho no lo han hecho nunca desde que adoptaron dichos presupuestos) con los principios que dicen perseguir: la redistribución de la riqueza desde los más favorecidos a los menos. El sistema fiscal es un absurdo en el que la gente corriente cree que gana salarios altos con los que paga altos impuestos para sostener a las grandes compañías, y luego le pedimos a esa misma gente corriente que ahorre y que consuma. ¡Hombre, pero tengan un poco de compasión, ya que adolecen de honestidad intelectual! Es que las autoridades occidentales quieren que chupemos, soplemos y no relamamos todo a la vez.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Sobredosis de liquidez

Pues ya ven: los Estados Unidos comienzan a salir del hoyo y España continúa. Claro que algún aprendiz de economista dedicado a gobernarnos dirá que ellos entraron antes, pero ya verán cómo nosotros tardamos más que los norteamericanos en salir. La clave para superar esta situación yo creo que la apuntó el pasado jueves el Banco de España en su informe trimestral sobre la evolución de la economía española: para poder paliar la crisis se han empleado políticas muy expansivas en lo fiscal y en lo monetario.

En términos de andar por casa: le hemos suministrado al enfermo unos buenos chutes de dinero y gasto público en vena, porque se moría. Ahora vive con un tono vital muy bajo, y el problema está en cuándo le podemos retirar las sobredosis sin miedo a que vuelva a recaer. Mi opinión es que eso va a ser difícil: la crisis la provocó una fuerte inyección de liquidez que cuando se intentó retirar por parte de los bancos centrales resultó imposible. El ratito en que el enfermo estuvo sin la liquidez a la que se había acostumbrado fue tan traumático que hubo que volver a inyectársela -y en mayores cantidades- junto con unas buenas dosis de gasto público.

El problema de cómo acabar con un mercado acostumbrado a altas dosis de liquidez es complicado. Ahí tienen ustedes a Japón, que lleva veinte años enganchado a la misma y no sale. Pero está claro que el problema requiere sustraer de la decisión de políticos y técnicos las decisiones sobre la masa monetaria en circulación. Es decir, tenemos que volver a algún tipo de patrón metálico o, ya lo he dicho alguna vez, a la posibilidad de admitir la emisión privada de dinero.

El recorte del gasto público requiere las famosas reformas estructurales que ningún Gobierno hace, no vaya a ser que pisemos callos o que los sindicatos mayoritarios -ese elemento tan reaccionario y perturbador que no sabemos muy bien a quién representa- la líen. En el caso español, y mientras nos gobierne el cabeza de la familia Adams, el riesgo de argentinización, es decir, de incremento del gasto público hasta extremos insostenibles, es muy elevado, y sólo Europa, con sus criterios de convergencia, nos ayuda a poner un poco de orden. Pero no se entristezcan porque seguro que la solución a su problema depende más de usted que de las autoridades. Póngase pues a salir de su particular crisis y saldremos todos.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.