lunes, 19 de abril de 2010

Principio y fin de las cajas de ahorros

El otro día escribía el profesor Velarde, a propósito de un libro que acaba de publicar Gaspar Ariño, sobre la situación de las cajas de ahorros. Velarde ve que la situación de estas instituciones está favoreciendo las tesis de los partidarios de su privatización como modo de solucionar los problemas de solvencia y buen gobierno que tienen. Así, denominaba a este proceso -si llega a darse- desamortización de las cajas de ahorros, que comparaba con las desamortizaciones que en el siglo XIX promovieron los Mendizabal y Madoz, y que sólo sirvieron para despojar a los más humildes de patrimonios que, aunque no les pertenecían -como eran los de la Iglesia y los comunales-, disfrutaban, en favor de la burguesía liberal.

Difiero sólo en una cosa con el profesor Velarde: el proceso no se iniciará con la privatización de las cajas, sino que se inició en 1977 con la Ley de Órganos Rectores de las Cajas, la LORCA, que otorgó a la clase política, si no la propiedad sí el control de estas entidades de crédito, violentando la institución recogida en nuestro Derecho Civil de la fundación. En la fundación, alguien, el fundador, decide renunciar a una parte de su patrimonio para ponerlo a disposición de un fin más allá incluso de su propia vida, indicando cómo debe gobernarse el mismo. La LORCA decidió olvidarse de la voluntad de los fundadores y atribuir el gobierno de esos patrimonios a los políticos. Ahora es difícil volver el proceso hacia atrás, y dado el fracaso parece que la privatización puede ser la solución, es decir: la conversión de las cajas definitivamente en bancos.

Las cajas las crearon los franciscanos en el siglo XV y eran eso que ahora a todos nos parece tan social y tan encomiable: el microcrédito. En los últimos treinta años nos hemos cargado esa banca social que eran las cajas de ahorros, y que tenía en España tres siglos de antigüedad, y ahora parece que ya no hay otra posibilidad más que convertirlas en bancos. Y todo esto se ha hecho en aras del progreso y del estado social. Sólo teníamos que respetar las instituciones que la tradición nos había dado para tener lo que buscábamos y nos hemos cargado.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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