jueves, 22 de abril de 2010

De banqueros y políticos

El profesor Stiglitz suele hablar mal de los bancos, lo que suele granjearle el favor del público. Muchos de ustedes me acusan de ser un poco probancario, lo que claramente no me hace el economista más popular. Así que me voy a explicar. Me gusta la banca. Me parece un noble oficio y he conocido a directivos bancarios que eran ejemplo de virtudes privadas y públicas. En esta crisis suelo acusar mucho a las autoridades porque me parecen más culpables que los banqueros, pero los banqueros tienen también mucha culpa.

En el caso español, porque tenemos la mitad del sector dirigido en última instancia por políticos: las cajas, pero además, porque el modelo económico mixto con el que nos hemos dotado en Occidente -una vez que hemos abandonado el comunismo o socialismo real, como le gustaba llamarse, porque realmente no hay otro socialismo que el soviético y siempre acaba igual-, se ha convertido en una confabulación del poder político y el económico. La competencia y la libertad sólo la quiere el empresario pequeño o el que comienza. El empresariado grande quiere siempre llegar a un acuerdo con el poder político que impida el acceso de nuevos empresarios al mercado y gozar de la ayuda pública si las cosas vienen mal dadas, con la excusa de que su caída sería una catástrofe.

La banca se ha convertido en un sector especialmente afecto al poder político y el poder político, con independencia de su signo, a su vez, se ha vuelto tremendamente afecto al sector financiero. Para ello, no tienen más que ver el volumen de ayudas que recibe bajo la excusa antes apuntada, después de haberse enriquecido llevando a cabo la política que las autoridades habían querido. Un sector, el financiero, fuertemente intervenido, porque todo sector que pretende la ayuda pública tiene que favorecer la intervención como modo de corresponsabilizar al Estado de sus errores y, eso, no cabe duda de que lo han logrado. Es posible que después de esto, mi popularidad se acerque un poco a lo de Stiglitz aunque no llegue nunca a alcanzarle.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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