jueves, 6 de mayo de 2010

El fútbol y la LORCA

Recordarán ustedes que hace unos años la mayoría de los clubes de fútbol de primera división estaban en situación de quiebra o, al menos, de suspensión de pagos. De hecho, un par de clubes -el Sevilla y el Celta- fueron descendidos a segunda por su situación económica, y los paisanos correspondientes se manifestaron e, incluso, marcharon a Madrid a exigir al Gobierno de la Nación que corrigiese la situación. Y lo hizo ampliando el número de clubes que disputarían el campeonato de primera división en la temporada siguiente.

Da gusto ver que el Gobierno es sensible a las verdaderas demandas de la calle. Y no lo digo con sorna, son las verdaderas porque parece que son las únicas por las que la gente se manifiesta. Como consecuencia de todo aquello, los clubes de fútbol se reconvirtieron en sociedades anónimas salvo los dos grandes que han continuado con su forma de club. Así, sólo los que tenían patrimonio suficiente pudieron continuar como clubes, mientras que los demás pasaron a manos privadas con accionistas, consejos de administración y juntas generales, pero, sobre todo, con el establecimiento de riesgos para los socios que decidieron capitalizar las nuevas sociedades y que arriesgan desde entonces su capital.

Y ustedes me preguntarán que por qué les hablo de fútbol si esto es un blog sobre Economía. Pues miren ustedes, por no hablarles de Cajas de Ahorros, porque al paso que vamos se va reproducir en este sector -el de cajas- lo mismo que en el sector del fútbol: que sólo queden dos sin forma societaria y ya se van imaginando dónde. Lo que ha fracasado, sin embargo, no es la institución de la fundación dedicada al negocio bancario, la caja de ahorros, sino la Ley de Órganos Rectores de las Cajas, la LORCA, con la que nos dotamos hace veinticinco años y que era necesaria para dar cumplimiento a la Constitución que puso al frente de estas instituciones a los políticos regionales. Ya ven que todo lo común, como en el siglo XIX con la desamortización, se ha gestionado mal para al final privatizarlo como única solución. Y todo ello en aras del progreso.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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