miércoles, 3 de marzo de 2010

Hacia un monopolio financiador

Pues ya saben que entre las medidas que propone el trío que forma la comisión anticrisis de la crisis que nunca existió está la de que el ICO financie a las pequeñas empresas de manera directa, utilizando para ello la red de las entidades bancarias. Este es el último paso en la degeneración del sistema bancario que padecemos, donde los bancos privados han terminado por convertirse en franquicias de un Estado que los utilizó primero como dispensadores de liquidez y ahora como puntos de venta del crédito. Recuerden que hasta hace poco los bancos centrales ponían a disposición de la banca privada toda la liquidez necesaria para que éstos la hicieran llegar al público, pero eso sí: asumiendo ellos, los bancos privados, el riesgo de impago. Ahora, estas entidades financieras, que han aprendido lo peligroso que es esta política de liquidez para todos, han decidido no asumir riesgos, por lo que sus sucursales sólo actuarán como puntos de comercialización del crédito público. En esto como en otros aspectos, el sistema político ha confundido que todo el mundo tiene derecho al crédito con el crédito para todos. Lo que ha generado el descrédito.

No cabe duda de que el préstamo público es visto como una solución por el pequeño empresario que se ve en la necesidad de obtener financiación para continuar con su negocio. Y a quien Dios se la de… ya saben. Sin embargo, esta actuación pública terminará por instalarse en el sistema, y si ya es malo, aunque inevitable, que el Estado actúe en régimen de monopolio, peor terminará siendo que seamos prisioneros de un único financiador: el Estado. Un financiador que actuando en régimen de monopolio no sólo estará sujeto a todas las arbitrariedades que caracterizan al poder político, sino que terminará por no distinguir entre buenos y malos pagadores, porque la diferencia, cuando se entra en esta dinámica, estará sólo en si la operación se refinancia, no en si se cancela o no. De los poderosos sólo nos protege que haya muchos, no que haya uno más poderoso que nadie. Mejor mil banqueros que quieran cobrar que uno sólo que refinancie todas mis deudas hasta la muerte, porque sólo es libre el hombre que no debe.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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