jueves, 4 de febrero de 2010

El fracaso de nuestro modelo laboral

El Gobierno sigue sin defraudarnos. Publica una cifra de parados de poco más de 4 millones de la que ha descontado aquellos que están recibiendo formación o cobran otro tipo de subsidios como el PER, con los que la broma se dispara hasta los 4,3 millones. De esta política de eliminar desempleados porque les falta formación ya les he avisado en ocasiones anteriores. Esta práctica se disparará en el futuro. Llegaremos al absurdo de tener que pasar exámenes que demuestren, a juicio de las autoridades, que tenemos la capacitación mínima para trabajar, para poder inscribirnos en las oficinas del Instituto Nacional de Empleo.

Pero vamos a las declaraciones del Ministro del Paro: "un país que deposita su suerte en la generación de 30 a 50 años va al fracaso”. El problema no es que hayamos depositado nuestra suerte en esa generación, sino que no nos ha quedado más remedio porque había poco trabajo. Es cierto, que se podría haber hecho de otro modo que repartiera los puestos de trabajo desde la edad de 20 o 25 años, dependiendo del grado de formación, hasta los 60 o 65, pero en tal caso las estadísticas de desempleo serían mucho peores. Vamos, que los políticos han estado mintiéndonos y mintiéndose alargando los periodos de formación de los jóvenes más allá de lo necesario en muchos casos, o con figuras extrañas como las prejubilaciones. No es que vayamos al fracaso, señor ministro, es que estamos en el fracaso del modelo laboral que usted se niega a cambiar. Modelo que ha permitido una confortabilidad moral a la clase dirigente durante los últimos treinta años. Del fracaso se sale cuando se acepta, no cuando se niega.

El alargamiento de los periodos de formación de la juventud más allá de lo necesario es, también, el fracaso de nuestro sistema educativo: la misma formación repartida en más tiempo elimina la tensión que es necesaria para que los conocimientos queden impresos en el alma del estudiante, y le desanima porque parece que la vida adulta nunca llega.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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