martes, 5 de enero de 2010

Sociedades de garantía recíproca

Últimamente se habla mucho de las fusiones de cajas de ahorros y en concreto de ese modo de fusión, vamos a calificarlo de impropia, que es la constitución entre dos o más entidades de un sistema integral de protección, conocido por sus siglas SIP. Un SIP es el modo que han encontrado los políticos para fusionar las cajas de ahorros sin hacer desaparecer la personalidad jurídica de cada una de ellas como modo de evitarse el problema que más temen en una fusión clásica: la pérdida del control de la caja que les tocó en las últimas elecciones. No voy a entrar en la crítica de las fusiones como modo de solucionar problemas empresariales -como he hecho en ocasiones anteriores-, sino que voy a criticar el nuevo mecanismo: el SIP.

El SIP no es sino un acuerdo entre varias entidades financieras por el que se avalan mutuamente todas sus operaciones, de tal modo que todas las que se unen al sistema salen fiadoras de todas las operaciones de cada una de ellas. Algo así como si usted y su cuñado se avalan mutua y universalmente el uno al otro. A partir de aquí saquen ustedes las conclusiones que quieran, pero se equivocarán poco. Yo les voy a hablar de un invento parecido que para promocionar las PYMES ha funcionado, pero gracias al apoyo de las Comunidades Autónomas, lo que demuestra que sin dinero público no habría funcionado o, lo que es lo mismo, que es un invento antieconómico: las sociedades de garantía recíproca.

Se trata de sociedades en las que los socios tienen derecho a solicitar para sus operaciones de financiación un aval de la sociedad, por lo que sólo tienen incentivo a asociarse a las mismas las compañías en peor situación. Es por esto que han funcionado en tanto una administración pública ha puesto dinero, o no se han dado casi avales. Ahora piensen en sus cuñados y piensen si están dispuestos a firmar un SIP con todos ellos, y si lo firman con algunos ¿cuál es el comportamiento que cabría esperar? Pues claramente hay que endeudarse antes de que lo haga él o, como dice el dicho castellano, tonto el último.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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