jueves, 1 de julio de 2010

Sobre los test de estrés

No son la noticia de esta semana, aunque en los últimos meses se ha hablado mucho de ellos. Son las denominadas pruebas de esfuerzo, o test de estrés, que las autoridades supervisoras europeas han realizado a las entidades bancarias. La finalidad de las mismas era informar a los mercados sobre la situación de dichas entidades. Para ello, en base a la información financiera al alcance de dichas autoridades -que debe ser mayor que la de los sujetos que actúan en los mercados-, han calculado cómo debería evolucionar la situación de dichas entidades bajo unos supuestos escenarios de evolución de determinadas magnitudes. Al final han concluido que no hay mucho que temer.

La verdad es que me resulta sorprendente que los mercados tengan que esperar al desarrollo de los test de esfuerzo para pronosticar la situación futura de las instituciones de depósito. En el fondo, lo que esto demuestra es que la información financiera que se publica no sirve para nada. La finalidad de dicha información, la contabilidad, sobre todo desde la adopción de las famosas Normas Internacionales de Información Financiera (las NIIF), por la Unión Europea, así como por otras naciones, es facilitar a los inversores la adopción de sus decisiones de inversión y desinversión en las instituciones de depósito. Así, pretendidamente, un inversor debería utilizar la información que publican dichas instituciones para decidir si toma una participación en el capital o adquiere un bono, emitidos por un banco o caja, y hete aquí que dicha información no le sirve para nada y debe, finalmente, esperar a los test de estrés.

Y, ¿por qué no le sirve para nada la información financiera publicada por las entidades? Pues sólo cabe una respuesta: porque no da información relevante, es decir, no dice nada. La información sólo puede no decir nada por dos motivos: bien porque el lenguaje en que está expresada -las NIIF- no es capaz de comunicar nada interesante; bien porque, expresamente, se está permitiendo que la información publicada no sea relevante. Esto segundo es aún más preocupante, si cabe y, sobre todo, nos hace preguntarnos si nos podemos creer lo de los test de estrés.

Y admítanme un consejo: desconfíen siempre del Gobierno.

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