sábado, 29 de junio de 2013

De la banca incomparable

El Consejo Europeo celebrado los días 27 y 28 últimos terminó como suele terminar: agrediendo a la inteligencia de los ciudadanos de los países miembros de la Unión. En esta ocasión con la publicación de un documento de quince páginas en el que plasmaba las conclusiones alcanzadas sobre los asuntos que trató. Por no ser materia de mi especialidad el resto de los que se abordaron, me centraré en el de la Unión Monetaria, al que obsequió el citado documento con tres de sus páginas.

Es imposible que el crédito retorne a los mercados como pretende el Consejo, centrado como está en la política monetaria, la unión bancaria y la supervisión única. Es cierto que el Banco Central Europeo (BCE) puede crear toda la liquidez que quiera, puesto que es un banco emisor de dinero fiduciario, y poner la misma a disposición de la banca privada para que la haga llegar a los demandantes de aquélla, pero como la capacidad de endeudamiento de la banca es limitada, su capacidad de crédito también lo es. La capacidad de endeudamiento de la banca viene limitada por dos vías: el volumen de su patrimonio neto y los requerimientos de capital, que cuando son mayores reducen la capacidad de endeudamiento, y consiguiente crédito.

En este sentido -y a la vista del desastre que fueron unos requerimientos anormalmente bajos que provocaron la gran expansión crediticia cuyas consecuencias venimos sufriendo- no se nos debe olvidar que Basilea III ha incrementado fuertemente los mismos, por lo que salvo que los bancos obtengan altísimos beneficios que no repartan, o sus accionistas estén dispuestos a desembolsar jugosas ampliaciones de capital, medidas ambas que hagan crecer los patrimonios netos de los bancos, será imposible que crezca la capacidad del sector financiero de hacer crecer el crédito.

Seguimos empeñados en vigilar la liquidez en circulación, cuando lo que restringe su llegada al público es, insistimos, el incremento del coeficiente de recursos propios, por un lado, y la discriminación que hace dicho coeficiente en favor de la financiación de los déficit públicos. Recordemos que el requerimiento opera para el crédito al sector privado (puesto que impide que la totalidad del mismo se financie con endeudamiento del banco), pero no lo hace para el que es en favor del sector público (que puede financiarse enteramente por los acreedores de las entidades, o lo que es lo mismo: sin patrimonio neto o de los accionistas de las mismas).

La sensación de riesgo debe volver a los mercados. La crisis la creó la expansión monetaria del BCE y la multiplicó la alta capacidad de apalancamiento del sector, que se derivaba de los bajos requerimientos comentados, y colapsó cuando las entidades se encontraron con liquidez abundante del banco emisor que no podían aplicar al crédito privado por haber alcanzado sus límites de endeudamiento pero no para aplicar al crédito público, que no tiene límite.

Cuando el mercado colapsa, la solución no pasó por aplicar las reglas del derecho concursal común para las entidades que no pudieran hacer frente a sus obligaciones, es decir: obligar a los accionistas a asumir sus pérdidas y a los acreedores no depositantes (preferentistas, subordinados, bonistas…) a renunciar, si fuera necesario, a una parte de su crédito. Sin embargo, se optó por la ayuda pública que pudo ser financiada en los mercados, a diferencia de las peticiones de financiación del sector privado, porque no requería recursos propios. Ahora los estados están muy endeudados y la situación se hace muy insostenible para sus cuentas, y las autoridades redescubren dicho derecho concursal: los accionistas y acreedores no depositantes deben absorber pérdidas.

Deben ser ellos los que “ayuden” a las entidades a las que prestaron, tal y como está haciendo el mercado en los concursos de empresas no financieras, y eso incluye a los depositantes y a los tenedores de títulos. Los acreedores deben tener conciencia de riesgo y las soluciones a la crisis aplicadas hasta ahora han querido crear la sensación en un mundo ingrávido donde uno puede saltar sin miedo a la caída.

La creación de la Unión Bancaria, de la supervisión única o de los mecanismos únicos de resolución, de los que habla el documento de conclusiones, van todos, sin embargo, en esa otra dirección, la de crear una atmósfera de vacío donde no se puede comparar entre bancos sujetos a legislaciones diferentes por diferentes supervisores que aplican diferentes solucione, porque cuando todo es igual, no cabe duda de que es lo mejor.

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