viernes, 15 de abril de 2011

Lo que aguante el papel

Parece razonable que el peticionario de una ayuda tenga que explicar cómo va a emplearla. Incluso si es a fondo perdido. Parece razonable que el otorgante exija unos requisitos mínimos con el fin de asegurarse la recuperabilidad de la ayuda concedida o, al menos, el buen empleo de la misma. Sin embargo, esta costumbre tan razonable es absurda cuando la voluntad del otorgante es otorgar y el peticionario primero lo sabe y, segundo, cree que tiene derecho a ello.

Y si el plan no se cumple ¿qué? ¿De quién es la culpa? ¿Del obligado a su ejecución? ¿Del que aprobó un plan que era imposible llevar a cabo como demuestra el hecho de que no se ha cumplido? ¿O de la sempiterna confabulación de los mercados para hacernos fracasar? ¿Y qué importa quién tiene la culpa si no existen responsabilidades? Máxime cuando hasta ahora nadie es responsable. Para hacer favores sólo es necesario un buen corazón. Nada más ni nada menos.

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